Los Salvini que nos atormentan destruyen los regímenes democráticos por dentro

Luis Fazenda

18/11/2018

Lo que une a los Salvini, Bolsonaro y a los Trump, no son las embajadas de Steve Bannon, sino el Estado que prepara la escalada represiva y militarización del conflicto social.

Se canta a Bella Ciao frecuentemente por todas partes, ahora se escuchó en varios actos en Brasil. El canto de los partigianos surge donde quiera que aflore la resistencia democrática. Es un símbolo. La primera solidaridad e íntima es con la libertad en Italia, las otras solidaridades son con todas las luchas por la democracia y los derechos de la humanidad. Hace unos años atrás oíamos la Grandola por Europa como símbolo del enfrentamiento con la austeridad. Hoy, nos estremece la energía y la inteligencia de un canto de resistencia.

Los Salvini que nos atormentan destruyen los regímenes democráticos por dentro, como una capsula infiltrada. La pretendida fidelidad al estado libre es un postizo, un embuste, al mismo un tiempo una amenaza y señal. Es una amenaza porque los recursos de la democracia se enfrentan a un poder que la puede suspender o subvertir. Es una señal porque el mensaje que la extrema derecha envía es que los gobiernos reaccionarios, si se impiden, pueden deshacer el constitucionalismo democrático. Lo que no es incidental es que la extrema derecha, abusando de una legitimidad electoral y de una retórica nacionalista, atrae y sirve a la burguesía, incluso a la misma que hasta ayer era cosmopolita.

Los Salvini europeízan el odio a los refugiados e inmigrantes, es de esa cultura que se ha hecho el catafalco del Mediterráneo y varios campos de la muerte, pero también la rendición de la mayor parte de las llamadas derechas democráticas a los ultraconservadores, recuerdo cercano de los fascismos del pasado. Las derechas conservadoras, hasta hace poco de orgullo capitalista liberal, se pasan con armas y bagajes al campo reaccionario.

Esta ola reaccionaria tiene siempre una historia nacional, particularidades de la lucha social y política de cada país. Sin embargo, si es posible ver las diferencias entre Orban y Bolsonaro, por ejemplo, no se puede desconocer que existe un enlace general en este proceso y que él proviene de las consecuencias de la crisis del capitalismo de 2007/2008, crisis destructiva de gran actividad económica y empleo, proletarizando y hasta marginalizando sectores de la clase media y populares. La extrema derecha bombardea la conciencia social con una ideología de exclusiones: excluir al otro, al inmigrante, al refugiado, al extranjero, a los fieles de otro culto, al pobre.

En Brasil, el presidente electo, a pesar de ser ignorante en economía, como en otras cosas, propuso ¡esterilizar a los pobres! Como si la pobreza fuese genética y fuera un crimen haber nacido pobre. Son las exclusiones por sexismo, por racismo, que figuran como capitulares en su propaganda. Las exclusiones son la manipulación de masas para decir quién queda dentro del perímetro que se sostiene y quiénes son aquellos que están de más.

Los Salvini se alimentan del desmantelamiento del Estado social y aparecen como una respuesta a la globalización que ubicó las offshore en los altares de la circulación del capital y de la reducción brutal de la capacidad fiscal de los Estados denominados civilizados. Trump, ultra de un piquete permanente, ya dio el golpe al llamado consenso de Washington, introduciendo el curso del nacionalismo económico contra la liberalización del comercio internacional. Mucho más allá de los intereses económicos, aquí decisivos, se disipa el antagonismo de originario, la misma pulsión de odio al extranjero. Curiosamente, el consenso de Washington fue la base y la biblia del liberalismo económico global. Ahora el liberalismo de los ultras parece ser doméstico y gradual.

Los Salvini, en el caso de la Unión Europea, disfrutan de la crítica popular a ese poder que no ayuda en la crisis de humanidad con los refugiados, de ese poder que acentúa recortes en el gasto público, de ese poder que sólo agrava desigualdades. De una Unión Europea que no enfrenta a las tropelías del ministro del interior de Italia, que expulsa barcos y barcazas, pero pretende sancionar a Italia porque proyecta un déficit del 2,2%, por debajo del número mágico de 3% del déficit excesivo. Salvini agradece y sube en los sondeos.

Lo que une a los Salvini, los Bolsonaro, y los Trump, no son sólo las embajadas de Steve Bannon sino el Estado que prepara la escalada represiva y militarización del conflicto social. Y ahí el choque va a ser duro. Sólo puede ser frenado por la solidaridad progresista y la unidad popular.

Ciertamente, que las izquierdas cometieron muchos errores en cada uno de los países que padecen hoy el asalto al poder de la extrema derecha, y es importante analizar esos factores de pérdida de apoyo popular, cualquiera que sea, desde retrocesos de representación clasista hasta los hábitos indebidos a los sillones de terciopelo. Pero nada habrá pesado más que décadas de socialdemocracia como gestora del capitalismo. Un hecho es sintomático de la falta de preparación, la subestimación general del avance de la extrema derecha. Pero ya tocaron las campanas para la resistencia estratégica: ella pasa por la unidad de los demócratas, sin concesiones a los liberales de tipo Macrón, pasa por la movilización popular, pasa por la recuperación de los derechos sociales en lo concreto: de la salud, salario, seguridad, vivienda, escuela, dignidad.

Veterano dirigente de la izquierda alternativa portuguesa, cofundador y diputado del Bloco de Esquerda.
Fuente:
Esquerda.net 12 de noviembre de 2018
Traducción:
Carlos Abel Suárez

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