La victoria de Netanyahu en Israel nos habla del equilibrio de poder en Oriente Medio

Patrick Cockburn

19/04/2019

Benjamin Netanyahu es una versión temprana de los líderes nacional-populistas que han llegado al poder en un país tras otro en décadas recientes. Tiene un acusado sentido de quién ostenta – y no ostenta – el poder y cómo manipularlo. No es extraño que se lleve bien con Donald Trump y Vladimir Putin.

Su enfoque político no ha variado gran cosa desde que saltó a la fama como diplomático israelí durante la invasión del Líbano por Israel en 1982, cuando demostró sus habilidades como propagandista defendiendo el historial bélico israelí, sobre todo durante el bombardeo de Beirut. Recurriendo a su buen inglés norteamericano, sabía exactamente qué decir en los canales de televisión de los Estados Unidos y su habilidad a la hora de habérselas con la política y los medios norteamericanos nunca le ha abandonado.

Cuando lo substituya finalmente otro primer ministro, constituirá una gran diferencia que su sucesor pueda sentirse menos inclinado – y será menos capaz, desde luego – a convertirse en un elemento activo en la política de los Estados Unidos.

Netanyahu ha sido siempre un político astuto, pero su posición política no siempre es fácil de interpretar. Algo que hay que advertir acerca de su beligerante estilo retórico, que ayuda a explicar su longevidad política, es que exagera, por lo común, las amenazas de una panoplia de enemigos supuestamente mortales, como Irán o los palestinos, pero se ha mostrado muy reacio a ir a la guerra. Posiblemente, su experiencia durante la guerra del Líbano de 1982-84 le ha vuelto particularmente cuidadoso a este respecto. Cuando se produce, la acción militar toma forma de ataque aéreo, no terrestre. 

Esto ayuda a explicar porque lo probable es hoy que “Bibi” se convierta en primer ministro israelí por quinta vez, tras las elecciones que concluyeron ayer. A los votantes israelíes les gustan los líderes que hablan duro, pero no a quienes les meten en guerras largas o bien, experiencia más común, que no concluyen. Hasta en el momento más álgido de agresividad verbal de Netanyahu con Irán como amenaza a Israel, ha habido una cierta cautela en las acciones militares israelíes en Siria y Líbano.

Las elecciones más importantes ganadas por Netanyahu fueron las de 1996 contra Shimon Peres, tras el asesinato de Yitzhak Rabin el año anterior. Le siguió el juego a los acuerdos de Oslo, pero su victoria electoral fue una derrota decisiva para los israelíes que los apoyaron.  

Se le ha acusado de mover el orden del día de una solución de dos estados a prometer la anexión de los asentamientos israelíes en Cisjordania durante la presente campaña electoral. Pero la llamada solución de dos estados era una charada que permitía a los diplomáticos pretender que existía un “proceso de paz” que estaba muerto y enterrado. De forma similar, trasladar la embajada israelí a Jerusalén, así como el reconocimiento por parte de los EE.UU. de la anexión israelí de los Altos del Golán, no cambian realmente un equilibrio de poder que es totalmente favorable a Israel.

Por otro lado, los palestinos seguirán estando ahí, en Israel, Gaza y Cisjordania: Israel nunca logra una victoria final. Netanyahu no ha hecho nada por cambiar esta situación, pero al cabo tampoco hicieron nada los anteriores líderes israelíes, fuera lo que fuese que pretendían estar haciendo. 

 

veterano periodista, ha sido corresponsal en Oriente Medio del Financial Times y de The Independent, y es frecuente colaborador de The London Review of Books y Counterpunch.
Fuente:
Counterpunch, 16 de abril de 2019
Temática: 
Traducción:
Lucas Antón

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