La sucesión de Draghi aviva el debate sobre el papel del Banco Central Europeo

Martine Orange

15/02/2018

Oficialmente, su mandato como presidente del BCE no expira hasta finales de 2019. Sin embargo, entre bastidores, ya han empezado los movimientos en torno a su sucesión. Consternados por este espectáculo demasiado habitual en Europa, economistas europeos reclaman la democratización en la toma de decisiones del organismo.

Mario Draghi termina, oficialmente, su mandato como presidente del Banco Central Europeo (BCE) en poco más de 18 meses. El 31 de octubre de 2019 para ser exactos. Sin embargo, entre bambalinas ya han dado comienzo las grandes maniobras de cara a su sucesión. Pese a que cuatro de los seis miembros del directorio del Banco Central serán relevados en los próximos dos años, el mercadeo ya ha empezado en las reuniones del Eurogrupo.

Por supuesto, conforme a los discursos habituales no es una cuestión de nacionalidades, ya que por encima de todo prevalecerá Europa. Sin embargo, cada país trata de imponer a su candidato o al menos conseguir, a modo de compensación, algún otro puesto de prestigio.

El Gobierno de Mariano Rajoy apoya al titular de Economía, Luis de Guindos, para suceder al número dos del BCE, el portugués Vítor Constâncio, cuya salida se prevé para finales de mayo. Sin embargo, Irlanda, que nunca ha tenido un puesto en Fráncfort, quiere también que el gobernador del Banco Central de Irlanda, Philip Lane, consiga el cargo. La decisión se conocerá el 22 de febrero.

Por su parte, Berlín ya ha hecho saber que considera que le ha llegado la hora de ocupar la Presidencia de la institución monetaria y apuesta por el actual presidente del Bundesbank, Jens Weidmann. En nombre del motor franco-alemán, el actual gobernador del Banco de Francia, François Villeroy de Galhau, se encuentra bien colocado en la casilla de salida para ocupar el cargo de ministro de Finanzas de la zona euro. Este puesto, que no existe todavía, se incluye en el gran proyecto de reforma europea presentado por Emmanuel Macron.

«Sin embargo, nada obliga a que este proceso de designación siga llevándose a cabo a puerta cerrada y se juegue, una vez más, cual juego de las sillas europeas», argumentan una veintena de economistas europeos, encabezados por Thomas Piketty, en una tribuna publicada en Le Monde el pasado 22 de enero. Abochornados por este espectáculo demasiado habitual en el seno de las instituciones europeas, proponen un control democrático para los nombramientos del BCE: que los candidatos defiendan en el Parlamento Europeo su visión y sus ideas sobre el papel que debe tener el Banco Central.

«Éramos un grupo de personas reflexionando sobre la necesidad de devolver la democracia al corazón del proyecto europeo durante la campaña presidencial. Seguimos después. La renovación del directorio del BCE nos ha parecido que suponía una ocasión magnífica para volver a hablar de la necesidad de  una apertura democrática. Reclamar el control real del Parlamento Europeo sobre el nombramiento de los miembros del BCE es un primer paso simbólico, pero lo importante es ir ganando terreno poco a poco», explica Xavier Timbeau, director del Observatorio Francés de las Coyunturas Económicas, cofirmante de la tribuna.

«En Estados Unidos, el Congreso, después de un estudio riguroso, decide quiénes integrarán la Reserva Federal. ¿Por qué tendría que ser distinto en Europa?», se pregunta Michel Aglietta, investigador en el CEPII (Centro de Estudios Prospectivos y de Informaciones Internacionales). «En el Parlamento Europeo ya comparecen los aspirantes al BCE, pero es verdad que todo se hace en poco tiempo, sin verdadera opción. Y los dictámenes del Parlamento sólo son consultivos», admite la diputada europea Pervenche Berès.

Acabar con la cooptación en el seno de un pequeño club, poder ampliar la selección más allá de los miembros de los respectivos bancos centrales, mediante la propuesta de profesores universitarios o economistas... Los cofirmantes de la tribuna aportan múltiples ideas. Para ellos lo importante es que el BCE entre en el juego democrático y rinda cuentas. «El populismo es detestable pero plantea preguntas reales sobre el funcionamiento de las instituciones. Se nutre del sentimiento de desposesión de la población. Si queremos combatirlo, hay que devolver de verdad el poder a las instituciones democráticas. Y el BCE es un ejemplo», insiste Laurence Scialom, profesora de economía de Nanterre.

Aunque el debate sobre la democratización de las instancias europeas hace más de un año que se abrió, el hecho de que se focalice hoy sobre el BCE demuestra que la institución monetaria tiene una labor atípica en la construcción europea. Para muchos, es el único que ejerce un poder real, adquirido con la crisis financiera de 2008 y sobre todo con la crisis de las deudas europeas de 2012. El BCE, al llenar un vacío institucional, se convirtió, por necesidad, en «el actor esencial» –si no el único– que ha evitado el hundimiento del euro y la dislocación de Europa.

Pero esto se ha hecho a base de un reparto de competencias respecto a su misión inicial, la única que figura en los tratados: la estabilidad de la inflación y de los precios. A la vista de los textos y del posicionamiento de los diferentes países miembros, el BCE inventó, día a día, la forma de contener la crisis pero también de imponer sus puntos de vista, sin discusión posible. «El BCE es una institución que condiciona la vida de los europeos, el futuro de Europa. Ya sea por el tipo de cambio, la gestión del sistema financiero, sus compras de deuda etc., sus medidas tienen efectos macroeconómicos redistributivos. El BCE ha tomado decisiones. ¿Quién puede decir que no son políticas?», se pregunta Laurence Scialom. «Pero no hay garantías de que estas medidas se hayan tomado en nuestro interés», continúa Xavier Timbeau.

Miembro permanente de la troika, el BCE se ha visto asociado, cuando no los ha ideado él mismo, a todos los programas de austeridad a los que se sometió a los países miembros de la eurozona (Irlanda, Portugal, España, Grecia). También es Jean-Claude Trichet quien, en su condición de presidente del BCE, prohibió en 2008 al Gobierno irlandés recurrir a los inversores privados para reflotar a los bancos irlandeses en quiebra, imponiendo con esta decisión que el rescate corriera a cargo de las finanzas públicas. También fue él quien provocó, con una carta conminatoria dirigida en agosto de 2011 al Gobierno italiano, la caída de Silvio Berlusconi como primer ministro, escenificada en realidad por la pareja Merkel-Sarkozy en la cumbre de Cannes de noviembre de 2011.

Más tarde, Mario Draghi asumió el papel de responsable último, comprometiéndose a hacer todo (whatever it takes) para salvar el euro. Pero se erigirá también en órgano con capacidad decisoria final en la crisis griega después de la elección de Syriza, al decidir no conceder a los bancos griegos el acceso a la liquidez del Banco Central, lo que hizo que en apenas unas semanas el Gobierno heleno se rindiese.

Cuestión de soberanía

«Creer, como algunos piensan, que ahora que la crisis ha pasado, vamos a volver a la normalidad, que el BCE va a contentarse con su papel de vigilancia de la inflación es una aberración. Permanecemos en la lógica según la cual los desequilibrios financieros no tienen efectos macroeconómicos. La crisis sistémica que conocimos lo ha demostrado. Existe la necesidad absoluta de estabilizar las finanzas. Maastrich no permite esta nueva misión del Banco Central», constata el economista Michel Aglietta. Considera que es necesaria una revisión de la condición del BCE para tener en cuenta la realidad del papel de la institución monetaria en la arquitectura europea.

«No estoy segura de que renegociar el estatus del BCE sea la prioridad. Además, la gestión del BCE durante la crisis ha demostrado que no era un problema. Su mandato no le ha impedido actuar», responde Pervenche Berès. Sí, pero ¿y si Mario Draghi no hubiese estado al frente?, se preguntan los firmantes de la tribuna y otros economistas. Muchos coinciden en que sin él, sin su capacidad de interpretar los textos libremente, de hacer malabarismos con las circunstancias, su falta de miedo a la hora de utilizar medios poco ortodoxos, la historia habría podido escribirse de forma muy distinta. Como prueba, baste la conducta del Banco Central con Trichet, sus políticas monetarias desfasadas contribuyeron a la crisis del euro. «La crisis nació en Estados Unidos por un exceso de finanzas. Y nos encontramos con una crisis de deudas europeas», constata Xavier Timbeau.

La perspectiva de ver a un alemán en la Presidencia del BCE, con lo que eso podría significar en términos de políticas monetarias –es decir una ortodoxia estricta–, asusta a más de uno. «Si es un alemán el que se pone al frente del BCE, Europa  corre el riesgo de volver a caer en la crisis », teme Michel Aglietta. El riesgo es mayor por cuanto, en su opinión, « la eurozona no ha resuelto ninguno de los problemas de asimetría entre sus miembros y el euro funciona como un patrón oro que hace recaer todos los ajustes sobre los países deficitarios». Y aunque el nuevo presidente defienda una política monetaria completamente diferente, es peligroso, en su opinión, que la suerte de millones de europeos dependa de las decisiones de un solo individuo, sin que tenga que rendir cuentas.

La cuestión, sin embargo, parece ser un tabú en numerosos círculos próximos a los poderes europeos. A mediados de enero, 15 economistas franceses y alemanes presentaron su proyecto de la zona euro destinado a reducir la brecha entre París y Berlín. Proponían entonces un presupuesto común europeo y una instancia de control para los países en dificultades que se parece bastante a una troika permanente. Pero no llegan a abordar el problema del estatus del BCE.

Por definición, el BCE parece intocable, en nombre de un principio de independencia considerado un dogma absoluto por Berlín e inscrito en los tratados. « El concepto de independencia no tiene sentido hoy. Se ha visto en el momento de la crisis financiera. En el mejor de los casos, se puede hablar de interdependencia. ¿Independiente respecto a qué? No necesariamente en finanzas, como se desprende del estudio de Corporate Europe observatory », dice Laurence Scialom.

En nombre de la eficacia, hay economistas que abogan también por el statu quo. Toda obligación acabaría por desarmar a las instituciones monetarias que necesitan una gran libertad para actuar inmediatamente si es necesario. «Puede haber una independencia de medios, pero en un momento u otro, la institución monetaria debe rendir cuentas a instancias políticas superiores», se defiende Michel Aglietta.

Estas negociaciones entre los economistas marcan un punto de inflexión en sus reflexiones. En el transcurso de los 30 últimos años, la moneda ya no ha sido un tema de investigación, de debate: era considerada un elemento casi neutro, técnico, destinado a facilitar los intercambios. La sucesión de crisis fruto de la desregulación financiera, el papel desmedido que han adquirido los bancos centrales durante la última crisis financiera han llevado a muchos economistas a retomar la cuestión de la moneda. La cuestión de la soberanía monetaria se vuelve a presentar con tanta agudeza que nadie sabe a qué se parecerá el de la era post-Draghi.

Versión española: Mariola Moreno, infoLibre, socio editorial de Mediapart. Edición Irene Casado Sánchez.

Periodista económica, ha colaborado con Le Monde y Tribune antes de unirse al equipo de Mediapart. Su último libro es Rothschild une banque au pouvoir, Albin Michel, 2012.
Fuente:
https://www.mediapart.fr/es/journal/economie/070218/la-sucesion-de-draghi-aviva-el-debate-sobre-el-papel-del-banco-central-europeo?onglet=full

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