La resistencia de los cuerpos rebeldes al “No te pongas nerviosa”

Laura Gómez

05/12/2018

Reseña del libro No te pongas nerviosa de Jone Martínez-Palacios, Ed. Upaingoa, 2018

Nos contaba el neurocientífico Antonio Damasio en “El orden extraño de las cosas” que la “homeostasis” es el imperativo irreflexivo que lleva a cualquier organismo vivo, presente ya en las bacterias, a resistir y prevalecer. Es decir, a seguir tratando de mejorar su bienestar. También, y esta es su tesis central, que los sentimientos, sólo disponibles para algunas especies, entre ellas la humana, son el resultado de la cooperación entre el cuerpo y el cerebro para ponerse al servicio de una vida siempre en la cuerda floja entre la prosperidad y la muerte. Parece, además, que estos sentimientos, sean de dolor o de placer, nos llevaron a preguntarnos por las cosas, a comprender y tratar de estar mejor.

Esto es precisamente lo que hace Martínez-Palacios. Se colocan, ella y sus nervios, en el centro del aula de un máster bajo su dirección y desde ahí arranca un ensayo de poco más de cien hojas que sorprende por todo lo que cuenta. Es su malestar quien la interpela y obliga a interrogar al contexto que la rodea. Para eso, echa mano de la recogida y registro sistemático de hechos que apunta en un cuaderno negro. Encuentra sosiego sólo cuando consigue desenmascarar qué se esconde tras esos nervios y comprender el proceso de producción de un malestar que comparte con millones de mujeres. También cuando adivina qué hay detrás de frases como “no te pongas nerviosa, chica”, “estate tranquila, mujer” o el “estás muy nerviosa, tranquilízate”. Y, finalmente, cuando logra descubrir los procedimientos de fuga, siempre frustrantes, que se ofrecen como remedio individual en el mercado en forma de pastillas, yoga o coaching, procedimientos a los que ella, también, como tantas otras, hemos recurrido. El “cuerpo habla en su silencio”, dice, y nos ofrece un método de conocimiento y un lenguaje nuevo para descifrarlo. “Pensamiento binario”, “coeficiente simbólico negativo”, “matriz de dominación” serán algunos de los conceptos que la autora tomará del Feminismo Negro o de la teoría social bourdiana, conceptos que van a permitirle desvelar matrix y de los cuales las lectoras, después de haberlos descubierto, no podremos prescindir nunca más.

En su propuesta, los nervios no son un estado deseado, pero sí un estado de resistencia que puede ser revolucionario. En ese camino, nos irá descubriendo que ni los nervios ni su antonimia, la serenidad, son conceptos naturales y ajenos al poder. Si la serenidad ha sido entendida como el estado virtuoso para el buen gobierno y para alcanzar la felicidad, nos dirá que ha sido una capacidad cuyo desarrollo se ha visto negado para los cuerpos moldeados en el cruce de algunos de los ejes de dominación centrales que nos explican cómo hemos llegado hasta aquí: el género, la raza, la clase social o la identidad nacional. A veces negada y, a veces, inducida para que se pueda poner al servicio de los cuerpos supuestamente capacitados para la serenidad: “la mujer virtuosa es dócil, no nerviosa, manipulable, puesta a disposición del hombre. Para ello hay que domesticarla y controlarla”, nos dirán Rousseau y otros autores clave del pensamiento filosófico occidental que van asomándose en el relato. La autora nos hablará de la “serenidad secuestrada” como esa otra expropiación que sufren las mujeres para que ellos puedan disponer del estado emocional y condiciones de tiempo y materiales para desplegar las virtudes que caracterizarían la felicidad.

Este es un libro que nos habla del proceso que se articula para producir cuerpos disciplinados para ser sometidos. Y sobre la resistencia a un disciplinamiento cuyos síntomas, los nervios, son tratados como propios de la naturaleza de quien los vivencia. Antes y ahora. Por aquí aparecerán la guerra colonial de Argelia (1954-1962), Ada Colau o la sentencia de la Manada para ilustrar el papel de los nervios como dispositivo de control. E, inevitablemente, nos sorprenderemos a nosotras mismas recordando tal o cual momento vivido y su significado a la luz de este ensayo.

Silvia Federici, en “Calibán y la bruja”, nos permitía entender el papel de eso que Michael Foucault llamó “disciplinamiento del cuerpo” para transformar las potencias del individuo en fuerzas de trabajo al servicio del inicio del desarrollo del capitalismo, allá por los siglos XIV y XV. Y, quizá, me hubiera gustado que la autora siguiera tirando de ese hilo: ¿qué papel juega hoy el disciplinamiento de algunos cuerpos en el proceso de acumulación capitalista? ¿Qué rol juega el mercado y su utopía -esa que promete cualquier deseo siempre que pueda ser comprado- en la generación de las patologías neurológicas por excelencia del siglo XXI, el estrés, la depresión o la ansiedad? Desvelar, también, el para qué de todo lo que nos cuenta este ensayo facilita el diálogo situado con el momento histórico y una comprensión mayor de las lógicas que lo guían.

En todo caso, lo apuntado no merma la capacidad subversiva de este libro. Leerlo es hacerse con una herramienta para la autoayuda colectiva que nos permite realizar buenos diagnósticos para no errar en la búsqueda de respuestas para quien anhela seguir imaginando un mundo donde algunos cuerpos dejen de ser un medio para la buena vida de otros. Martínez-Palacios sigue la tradición de quien quiere poner el conocimiento académico al servicio del activismo político y es crítica con una academia que escribe, la mayor parte del tiempo, para el 0,01% de la gente. Nos dirá “no escribo a mi monstruo encorbatado y embutido en un cuerpo uniforme que marca lo que es la calidad, la excelencia y el rigor investigador”. Despojada del disfraz y guiada por los susurros de Virginia Woolf y Patricia Hill Collins, se enfrenta y nos enfrenta con honestidad y pedagogía a nuestros fantasmas. Y de ahí, como ella, una sale más libre.

es especialista en políticas públicas de igualdad y de participación ciudadana.
Fuente:
www.sinpermiso.info, 9-12-18
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