La estrategia extraparlamentaria del PP y la respuesta de la izquierda

G. Buster

19/06/2005

La estrategia de movilización extraparlamentaria del Partido Popular merece algo más que la mera esperanza de que termine tras las elecciones gallegas, como ha expresado la Vicepresidenta del Gobierno, Maria Teresa Fernández. Requiere, sobre todo, un análisis desde la izquierda.

En pocas semanas, el Partido Popular ha movilizado a la derecha española contra tres decisiones políticas importantes y simbólicas de la mayoría de izquierdas que apoya al Gobierno: contra una posible negociación con ETA, si esta abandona las armas; contra la devolución a la Generalitat de Catalunya de la documentación expoliada tras la guerra civil como botín de guerra por el franquismo; y contra los matrimonios gays. Lo que el PP intenta, apoyándose en una red social amplia que va de la Asociación de Victimas del Terrorismo a la Iglesia Católica, es imponer desde la calle un poder de veto que bloquee cualquier cambio a la izquierda desde las instituciones parlamentarias y el Gobierno.

No se trata de un mero berrinche de la dirección del PP ni de una mera táctica para acompañar su campaña electoral en Galicia. Es, por el contrario, una estrategia de acumulación de fuerzas a medio y largo plazo que debe primero, bloquear cualquier cambio a la izquierda; segundo, erosionar la base social de la izquierda que impulsa ese cambio a través de la frustración y la impotencia; tercero, romper la mayoría parlamentaria de izquierdas y adelantar la convocatoria de elecciones.

El PP ha reconstruido en sus ocho años de gobierno la red social que articula a la derecha española. Se trata de cientos y miles de asociaciones y ONGs a nivel estatal, regional y local, que se entrecruzan con organizaciones más tradicionales de la Iglesia Católica, la patronal y los clubs deportivos. Una red animada y sostenida por decenas de miles de cuadros –en número mayor de los que dispone la izquierda en su conjunto- y centralizada ideológica y organizativamente.

Son una minoría social y política y han perdido una parte importante de su apoyo en las clases populares, como consecuencia de las protestas contra las políticas reaccionarias del PP, especialmente en los tres últimos años del Gobierno Aznar, lo que llevó a su derrota electoral el 14 de marzo. Pero el Gobierno del PSOE no es homogéneo, y se apoya en una mayoría parlamentaria y social que forma una gran coalición de izquierdas y nacionalista extremadamente frágil y sometida a tensiones muy contradictorias entorno a la reforma del modelo de estado y las políticas sociales y económicas.

El PP había comenzado a demostrar su capacidad de movilización extraparlamentaria entorno al conflicto vasco, a través de la Asociación de Victimas del Terrorismo, ¡Basta Ya! y otras organizaciones similares, hasta construir un movimiento social tan importante como para bloquear durante mucho tiempo cualquier evolución del PSE, criminalizar al nacionalismo democrático e impedir cualquier solución negociada del conflicto vasco. También fue capaz de movilizar en Valencia y Murcia a miles de personas a favor del Plan Hidrológico Nacional de Aznar y de los intereses de las compañías agrícolas exportadoras, las grandes constructoras y las inmobiliarias. Sin olvidar la manifestación de casi 50.000 personas en Valencia en nombre de la diferenciación lingüística del catalán y del valenciano, en contra de todas las evidencias científicas.

Después de un año de oposición parlamentaria con muy escasos resultados, como pone en evidencia el aislamiento y la soledad del PP en el debate del estado de la nación y, ante el peligro de perder el gobierno autonómica de Galicia, la dirección del PP ha optado finalmente por priorizar una estrategia extraparlamentaria. Se ha impuesto, en definitiva, la línea de Aznar desde la FAES.

Ello no quiere decir que el PP no utilice todos sus apoyos institucionales, sobre todo desde la Comunidad de Madrid, la Generalitat de Valencia, el Gobierno Balear o la Junta de Castilla-León para presionar desde ellos al Gobierno. Sino que los pondrá al servicio de su acumulación de fuerzas en la calle. Porque su estrategia responde a un análisis de la derrota del 14-M, que achaca a una relajación de la fuerte polarización política que supo crear el último gobierno de Aznar entorno al nacionalismo español como consecuencia de las movilizaciones contra la guerra de Iraq. Y trata ahora de recrear esa polarización extendiendo sus ejes. No basta ya solo con el nacionalismo centralista español, sino que también apela a un conservadurismo anti-liberal de raíz católica y reaccionaria.

Esta estrategia, a pesar de abandonar el “centro político” y distanciarse temporalmente del gran capital -que tiene que gestionar sus intereses con el gobierno de turno sea del color que sea-, puede tener éxito si enlaza con fenómenos de desarticulación social de los sectores mas desprotegidos de la clase obrera –como ha ocurrido ya en Sabadell o Villaverde con explosiones anti-emigrantes manipuladas por la extrema derecha- y la creciente desmovilización social de la izquierda alentada por los llamamiento a una práctica política esencialmente institucional, para ocupar el “centro político” abandonado por el PP.

Por eso son tan peligrosas las llamadas a ignorar la movilización en la calle de la derecha que se hacen desde el propio Gobierno. La “fidelización” del voto de izquierdas entorno al PSOE se esta haciendo a través de la cooptación y la desmovilización del tejido social de la izquierda más critica y la pasividad de las grandes organizaciones y ONGs, en especial los sindicatos. El “talante” se ha convertido en una formula mágica frente a la polarización política que pretende el PP en este primer año de gobierno del PSOE.

Pero difícilmente puede sustituir a una articulación social e ideológica de la izquierda frente a una derecha movilizada en la calle ante temas como la salida democrática del conflicto vasco, la reforma de los estatutos o las cuestiones sociales pendientes. Para ello hace falta una visión de izquierdas más fuerte, un programa y un proyecto a medio plazo creíbles, y una presencia en la calle que hoy el Gobierno del PSOE no tiene y que las distintas fuerzas a su izquierda no han sido capaces de adelantar por el momento.

Salvando todas las diferencias históricas –y en especial la inexistencia hoy de un movimiento obrero a la ofensiva- conviene volver a repasar el período en el que la derecha, entonces rearticulándose en la CEDA, lanzó también una campaña de movilización extraparlamentaria contra el primer gobierno de la II República. A la parálisis de la izquierda institucional siguió la división de la izquierda y un “bienio negro” especialmente represivo. Conviene también recuperar de nuestra memoria histórica el coste de dejar la calle a la derecha y creer que es posible un cambio social profundo desde arriba.

Por el momento solo el movimiento de liberación de gays y lesbianas ha comprendido que hay que salir a la calle en Madrid y Barcelona y disputar a la derecha reaccionaria la legitimidad ciudadana. Es un ejemplo que todos deberíamos seguir.

G.Buster es miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO

Fuente:
Rebelión, 19 junio 2005

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