La institucionalidad del poder se trasladó al ámbito plebeyo. Entrevista

Álvaro García Linera

19/02/2012

Los indígenas, que estaban predestinados a ser campesinos, obreros, porteros o meseros, hoy son ministros, legisladores, directores de empresas públicas, magistrados de justicia, gobernadores o presidente

Además de ser el vicepresidente de Bolivia, Álvaro García Linera es uno de los intelectuales de izquierda latinoamericanos más relevantes en el continente. Aunque su carrera original es la de matemático (la estudió en la Universidad Nacional Autónoma de México), se formó como sociólogo en la cárcel y en la práctica.

Él ha teorizado la experiencia de transformación boliviana como nadie lo ha hecho, es decir, con originalidad, profundidad y frescura. Y la experiencia boliviana hoy es una referencia obligada y cada vez con mayor ascendencia en el movimiento popular latinoamericano. García Linera conoce y domina a profundidad el marxismo clásico, pero está muy lejos de ser doctrinario. Su pensamiento está muy influido por la obra de Pierre Bordieu.

En entrevista con La Jornada, el vicepresidente señala que el hecho fundamental que se ha vivido en el actual proceso de transformación política en curso es que los indígenas, que son mayoría demográfica, hoy son ministros y ministras, diputados, senadores, directores de empresas públicas, redactores de constituciones, máximos magistrados de la justicia, gobernadores; presidente. Este hecho –señala– es la mayor revolución social e igualitaria acontecida en Bolivia desde su fundación.

García Linera caracteriza el modelo económico de su país como posneoliberal y de transición poscapitalista. Un modelo que ha recuperado el control de los recursos naturales que estaban en manos extranjeras para colocarlos en manos del Estado, dirigido por el movimiento indígena.

–Hace seis años que ustedes gobiernan Bolivia. ¿Se ha avanzado realmente hacia la descolonización del Estado?

–En Bolivia, el hecho fundamental que hemos vivido ha sido que aquellas personas, mayoría demográfica antes y hoy, los indígenas, los indios, a quienes la brutalidad de la invasión y los sedimentos centenarios de la dominación habían establecido en el propio sentido común de las clases dominantes y las clases dominadas, que estaban predestinados a ser campesinos, obreros de bajo oficio, artesanos informales, porteros o meseros, hoy son ministros y ministras, diputados, senadores, directores de empresas públicas, redactores de constituciones, máximos magistrados de la justicia, gobernadores; presidente.

“La descolonización es un proceso de desmontamiento de las estructuras institucionales, sociales, culturales y simbólicas que subsumen la acción cotidiana de los pueblos a los intereses, a las jerarquías y a las narrativas impuestas por poderes territoriales externos. La colonialidad es una relación de dominación territorial que se impone a la fuerza y con el tiempo se ‘naturaliza’, inscribiendo la dominación en los comportamientos ‘normales’, en las rutinas diarias, en las percepciones mundanas de los propios pueblos dominados. Por tanto, desmontar esa maquinaria de dominación requiere mucho tiempo. En particular el tiempo que se necesita para modificar la dominación convertida en sentido común, en hábito cultural de las personas.

“Las formas organizativas comunales, agrarias, sindicales del movimiento indígena contemporáneo, con sus formas de deliberación asambleística, de rotación tradicional de cargos, en algunos casos, de control común de medios de producción, son hoy los centros de decisión de la política y buena parte de la economía en Bolivia.

“Hoy, para influir en los presupuestos del Estado, para saber la agenda gubernamental no sirve de nada codearse con altos funcionarios del Fondo Monetario, del Banco Interamericano de Desarrollo, de las embajadas estadunidense o europeas. Hoy los circuitos del poder estatal pasan por los debates y decisiones de las asambleas indígenas, obreras y barriales.

“Los sujetos de la política y la institucionalidad real del poder se han trasladado al ámbito plebeyo e indígena. Los llamados anteriormente ‘escenarios de conflicto’, como sindicatos y comunidades, hoy son los espacios del poder fáctico del Estado. Y los anteriormente condenados a la subalternidad silenciosa hoy son los sujetos decisores de la trama política.

“Este hecho de la apertura del horizonte de posibilidad histórica de los indígenas, de poder ser agricultores, obreros, albañiles, empleadas, pero también cancilleres, senadores, ministras o jueces supremos, es la mayor revolución social e igualitaria acontecida en Bolivia desde su fundación. ‘Indios en el poder’, es la frase seca y despectiva con la que las señoriales clases dominantes desplazadas anuncian la hecatombe de estos seis años.”

–¿Cómo caracterizar el modelo económico que se ha puesto en práctica? ¿Es una expresión del socialismo en el siglo XXI? ¿Es una modalidad de posneoliberalismo?

–Básicamente posneoliberal y de transición poscapitalista. Se ha recuperado el control de los recursos naturales que estaba en manos extranjeras, para colocarlo en manos del Estado, dirigido por el movimiento indígena (gas, petróleo, parte de los minerales, agua, energía eléctrica); en tanto que otros recursos, como la tierra fiscal, el latifundio y los bosques, han pasado a control de comunidades y pueblos indígeno-campesinos.

“Hoy el Estado es el principal generador de riqueza del país, y esa riqueza no es valorizada como capital; es redistribuida en la sociedad a través de bonos, rentas y beneficios sociales directos de la población, además del congelamiento de las tarifas de los servicios básicos, los combustibles y la subvención de la producción agraria. Intenta priorizar la riqueza como valor de uso, por encima del valor de cambio. En ese sentido, el Estado no se comporta como un capitalista colectivo propio del capitalismo de Estado, sino como un redistribuidor de riquezas colectivas entre las clases laboriosas y en un potenciador de las capacidades materiales, técnicas y asociativas de los modos de producción campesinos, comunitarios y artesanales urbanos. En esta expansión de lo comunitario agrario y urbano depositamos nuestra esperanza de transitar por el poscapitalismo, sabiendo que también esa es una obra universal y no de un solo país.”

–¿Cómo se ve desde Bolivia el proceso de integración regional? ¿Qué papel juegan Estados Unidos y España? ¿Qué espacio tienen China, Rusia e Irán?

–El continente latinoamericano está atravesando un ciclo histórico excepcional. Gran parte de los gobiernos son de carácter revolucionario y progresista. Los gobiernos neoliberales tienden a aparecer como retrógrados. Y a la vez, la economía latinoamericana ha desplegado iniciativas internas que le están permitiendo afrontar de una manera vigorosa los efectos de la crisis mundial. En particular, la importancia de los mercados regionales y la vinculación con Asia han definido una arquitectura económica continental de nuevo tipo. Hay que apostar por profundizar esta articulación regional y, si es posible, por proyectarnos como una especie de Estado regional de estados y naciones. Comportarnos como Estado regional en el ámbito del uso y negociación planetaria de las grandes riquezas estratégicas que poseemos (petróleo, minerales, litio, agua, agricultura, biodiversidad, industria semielaborada, fuerza de trabajo joven y calificada..), e internamente, respetar la soberanía estatal y las identidades nacionales regionales que tiene el continente. Sólo así podremos tener voz y fuerza propia en el curso de las dinámicas de mundialización de la vida social.

–¿Hay un papel activo de Wa-shington para sabotear la transformación boliviana en curso?

–El gobierno estadunidense nunca ha aceptado que las naciones latinoamericanas puedan definir su destino porque siempre ha considerado que formamos parte del área de influencia política para su seguridad territorial, y somos su centro de acopio de riquezas, naturales y sociales. Cualquier disidencia a este enfoque colonial coloca a la nación insurgente en la mira de ataque. La soberanía de los pueblos es el enemigo número uno de la política estadunidense.

“Eso ha pasado con Bolivia en estos seis años. Nosotros no tenemos nada contra el gobierno estadunidense ni contra su pueblo. Pero no aceptamos que nadie, absolutamente nadie de afuera nos tenga que venir a decir lo que tenemos que hacer, decir o pensar. Y cuando como gobierno de movimientos sociales comenzamos a sentar las bases materiales de la soberanía estatal al nacionalizar el gas; cuando rompimos con la vergonzante influencia de las embajadas en las decisiones ministeriales; cuando definimos una política de cohesión nacional enfrentando abiertamente las tendencias separatistas latentes en oligarquías regionales, la embajada de Estados Unidos no sólo apoyó financieramente a las fuerzas conservadoras, sino las organizó y dirigió políticamente, en una brutal injerencia en asuntos internos. Eso nos obligó a expulsar al embajador y luego a la agencia antidrogas de ese país (DEA).

“Desde entonces los mecanismos de conspiración se han vuelto más sofisticados: se usan organizaciones no gubernamentales, se infiltran a través de terceros en las agrupaciones indígenas, dividen y proyectan liderazgos paralelos en el campo popular, como quedó recientemente demostrado mediante el flujo de llamadas desde la propia embajada a algunos dirigentes indígenas de la marcha del Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro Sécure (TIPNIS), el año pasado.

Álvaro García Linera es vicepresidente de Bolivia

Fuente:
La Jornada, 7 de febrero de 2012
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