Grecia puede liquidar sus demonios financieros, pero ¿se librará el euro?

Larry Elliott

26/02/2012

Hay una escena en el Señor de los Anillos en que el mago Gandalf se enfrenta al Balrog, un monstruo infernal, en un estrecho puente en las Minas de Moria. La batalla concluye cuando Gandalf destruye el Puente con su cayado y hace precipitarse al Balrog a un abismo sin fondo

Sin embargo, a la historia le queda un giro inesperado. Al caer el monstruo, un último coletazo de su fusta se enrosca en el tobillo de Gandalf y le arrastra también al fondo. Habrá opiniones diferentes respecto a si Grecia es Gandalf o el Balrog, pero de una cosa hay certeza: los riesgos de destrucción mutua asegurada son elevados.   

Tanto Grecia como los países europeos de línea dura, que exigen garantías blindadas de que no están derrochando un dineral en un nuevo rescate de 130.000 millones de euros, tienen el potencial para hacer trizas lo que, en el mejor de los casos, constituye una frágil tregua. Los griegos podrían decidir que ya están hasta la coronilla y que la suspension de pagos y la salida del euro son preferibles a la austeridad sin fin y la humillación del status colonial.  

Los alemanes, austriacos, holandeses y finlandeses podrían llegar a la conclusión de que Grecia es una causa perdida y que no se puede dar crédito a nada de lo que digan los políticos en Atenas sobre su compromiso de recaudar impuestos, recortar gastos y reformar la economía. Podrían decidir, a despecho de todas las declaraciones oficiales en sentido contrario, arrojar a Grecia fuera de la moneda única.  

Aunque parezca que los acreedores tienen todos los triunfos de la baraja, la verdad es que no es ése el caso. Los políticos griegos pueden poner su firma a pedacitos de papel en los que se comprometen a ajustarse a las condiciones del acuerdo de rescate, pero una vez se ha entregado el dinero y se han celebrado elecciones, el gobierno entrante podría mandar a paseo a los demás partícipes de la moneda única. Los estados soberanos – aun aquellos tan vulnerables como Grecia– tienen siempre esa posibilidad.

Lo que es más, los griegos tienen la ventaja de saber que una crisis financiera precipitada por una desordenada suspensión de pagos le haría más daño al resto de Europa que a ellos. En Like a Rolling Stone, [Como canto rodado] canta Bob Dylan: "When you've got nothing you've got nothing to lose" ["Cuando no te queda nada, nada te queda que perder"], un sentimiento que encuentra eco entre muchos griegos.

Dhaval Joshi, de BCA Research, [empresa de investigación financiera y bursátil] hace una observación interesante en este contexto. Hay tradicionalmente dos formas de librarse de las deudas: puedes ir limándola poco a poco, mediante prolongados programas de austeridad. O bien, como alternativa, puedes suspender pagos, lo que te libra de la deuda rápidamente, pero conduce a un desplome mucho más brusco del rendimiento económico.  

Pero en el caso de Grecia, apenas hay diferencia entre ambas: sufrirá una profunda recesión en forma de "v" si suspende pagos, pero de todos modos tiene ya una recesión en forma de "v". Y no hay un solo político en Atenas que no crea que succionar 3.300 millones de euros más de una economía que se contrae a una tasa anual del 7% consiga otra cosa que no sea intensificar la depresión.  

 Agujero negro

Los que manejan los cuartos van haciendo sus propios análisis coste-beneficio. Wolfgang Schäuble, ministro de Finanzas de Alemania, resumió el estado de ánimo cuando se refirió a tirar el dinero por un agujero negro. Si, tal como creen los miembros de la eurozona del norte de Europa, vuelve Grecia a solicitar otro rescate en un próximo futuro, ¿por qué arriesgarse a sufrir la ira de sus votantes entregándoles hoy más de 130.000 millones de euros.

Se supone que el Banco Central Europeo ha creado un cortafuegos echándole dinero barato a la banca comercial, y que no se repetiría lo que sucedió tras el derrumbe de Lehman Brothers en 2008.

Esto es muchísimo suponer. Desde luego, el Banco de Inglaterra no se cree que pudiera ponerse a Grecia en cuarentena en caso de una desordenada suspensión de pagos. Tampoco Barack Obama, que conversa con Angela Merkel al menos una vez a la semana sobre la crisis. Tampoco, con toda probabilidad, el BCE mismo, pues percibe la fragilidad de muchos bancos europeos, incluyendo a alguno de los nombres más gordos.  

No basta con saber que el banco X dispone de una cierta cantidad de deuda griega en sus libros, ni tampoco cuantos CDS (credit default swaps) tiene. Tal como apunta Joshi, hay también "un amplio mercado activo en derivados de CDS y hasta en derivados de derivados. Y como estos instrumentos más complejos y esotéricos son contratos no oficiales sin compensación o conciliación, simplemente no es posible saber quién se expone a qué riesgos brutos o netos, dónde se localizan y qué reacciones en cadena podrían desatarse".

¿Qué conclusiones podemos extraer de todo esto? En primer lugar, que el relajado enfoque de los mercados financieros respecto a Grecia parece preocupantemente complaciente. El endurecimiento de la retórica la semana pasada significa posiblemente algo más que ruido de sables; se hablaba la semana última de que la cumbre del lunes proporcionaría simplemente a Grecia un puente en forma de préstamo para salir del apuro en las próximas semanas. Esta crisis se aproxima al final de la partida, y la posibilidad de que los acontecimientos entren en una espiral descontrolada es mucho más elevada de lo que los toros del mercado imaginan.  

En segundo lugar, los insultos que ambas partes se lanzan apenas promueven la confianza en que la eurozona pueda sobrevivir a esta crisis de una sola pieza. Lo que hemos visto en estas últimas semanas es una creciente enajenación de los votantes en toda Europa respecto a la idea de una más estrecha unión fiscal, aunque una estrecha unión fiscal es el único modo de albergar esperanzas de poner remedio a fallas fundamentales en la unión monetaria. Para los griegos, unión fiscal significa que les den órdenes los alemanes; para los alemanes, quiere decir firmarles cheques en blanco a los griegos. No es éste un saludable estado de cosas.  

Desintegración

Por último, la ostensible carencia de algo que pueda remotamente describirse como solidaridad europea ilustra la imposibilidad de funcionamiento del "proyecto" y ofrece un atisbo de su eventual desintegración. Dicho simplemente, la unión monetaria creó una tasa de interés común en un momento en que los niveles de inflación diferían visiblemente. Algunos países, – sobre todo los del norte de Europa– tenían tasas más bajas que el nivel de inflación, de modo que tendían a crecer más lentamente y tener mayores niveles de ahorro. Otros países – principalmente los de la periferia meridional – tenían tasas negativas de interés real debido a que los costes de los préstamos estaban por debajo de la tasa de inflación. Crecían rápidamente y disponían del incentivo de pedir prestado a los ahorradores del norte de Europa.

Esto sólo puede acabar de dos maneras. Los países más débiles abandonan la moneda única y gestionan políticas monetarias independientes adaptadas a las circunstancias. O bien, si no, se avienen a hacer lo que les dicen Alemania y otros países del norte de Europa, a cambio de substanciales traspasos fiscales. Tal como están las cosas, lo primero parece mucho más probable.   

Los que han leído a Tolkien recordarán que Gandalf derrota finalmente al Balrog, pero perece de resultas de ello, y se reencarna luego adoptando una nueva forma. Puede que sea ese mismo destino lo que le aguarda al euro.  

 Larry Elliott dirige la sección de economía del diario británico The Guardian y es coautor, junto a Dan Atkinson, de The Gods That Failed: How the Financial Elite Have Gambled Away Our Futures (Vintage) [Divinidades fallidas: Cómo la élite financiera se ha jugado nuestro futuro].

Traducción para www.sinpermiso.info: Lucas Antón

 

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Fuente:
The Guardian, 19 de febrero de 2012

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