Grecia depositó su fe en la democracia, pero Europa ha vetado el resultado

Paul Mason

19/07/2015

Lo único cierto tras las repercusiones de la cumbre del euro del domingo es la deshonra de los líderes políticos. Las principales potencias de la UE trataron de humillar ritualmente al gobierno griego, pero lo despiadado de la intención ha estado a la par de la incompetencia al llegar el momento de su ejecución El ministro de Finanzas alemán, Wolfgang Schäuble, lanzó sobre la mesa la sugerencia de que Grecia abandonara la moneda única durante cinco años. Los diputados veteranos de su socio de coalición, el SPD alemán, gritaron desde la banda que no era esto lo que habían acordado; sin embargo, hubo bastantes socios de Alemania que estuvieron de acuerdo como para que la propuesta llegara al ultimátum final.

Los griegos estaban negociando bajo la amenaza de que se permitiera el derrumbe de su sistema bancario, una amenaza formulada por el mismo regulador que se suponía que debe mantener la estabilidad financiera.

Para los líderes griegos, ha supuesto también una semana de cálculos erróneos. Armados, pensaban ellos, con un  mandato de menos austeridad, escucharon una vez más a los franceses, cuyos tecnócratas ayudaron en realidad a diseñar la oferta griega que se llevó a la cumbre de Bruselas, sólo para ver cómo se la hacían trizas y era substituida por una exigencia de revocación de todas y cada una de las medidas contra la austeridad que había tomado el gobierno.   

Pero el verdadero problema no son los políticos. Es la incapacidad de la eurozona de contener los deseos democráticos de 19 electorados. Cuando el gobierno finlandés amenazó con hundir las conversaciones, sólo expresaba los deseos del 18% de votantes que respaldó a los nacionalistas derechistas del Partido de los Finlandeses. De modo semejante, cuando Schäuble apareció con su plan de Grexit temporal, formulaba la exigencia del 52% de los votantes alemanes que quieren que Grecia se vaya.

Por lo que toca a los griegos, habiendo pateado las calles de Atenas junto a ellos durante la mayor parte de los últimos dos meses, estoy seguro de que el movimiento “Oxi” era esencialmente una demanda de permanencia en el euro en condiciones distintas. No puede ser que se consiga  que vote el 70-80% de la gente de los barrios de clase trabajadora del extrarradio de Atenas – frente a un bombardeo de medios de comunicación de la derecha – sólo con un sentimiento anti-euro de extrema izquierda.

Parece ahora que los dos campos del referéndum griego estaban votando por una ilusión. Uno de los aspectos más conmovedores de la vida griega es el respeto obsesivo de la gente por la democracia parlamentaria. La misma Syriza es la encarnación de un izquierdismo que siempre creyó que se podía conseguir más en el parlamento que en las calles. Para la mitad de izquierdas de la sociedad griega, sin embargo, el resultado es que la gente vota por cosas más radicales que aquellas por las que están dispuestos a luchar.

Pregunté a uno de los organizadores de base de Syriza, un cuadro del partido bien curtido que se había dedicado a agitar durante semanas en favor de la “ruptura” con los prestamistas, si podía sacar a la calle a sus miembros para mantener el orden en el exterior de farmacias y supermercados asediados. Movió la cabeza. Tendría que hacerlo la policía, o más probablemente, el ejército de reclutamiento obligatorio.

Cuando hoy se trata del Programa de Salónica, el manifiesto radical con el que Alexis Tsipras llegó al poder, siempre se habla de llevarlo a la práctica “desde abajo”: es decir, exigiendo los derechos de tantos trabajadores dentro de las industrias destinadas a ser privatizadas que se convierte en algo imposible, o aplicar el salario mínimo mediante huelgas salvajes. Pero no ocurre nunca. Cuando se convocan huelgas, son los comunistas. Cuando hay disturbios, son los anarquistas. El resto de la Grecia de izquierdas está hechizado por el Parlamento.

Poco entiende qué escaso es el poder que ejercían en realidad sus ministros desde sus despachos. Y ahora se abre paso el momento de darse cuenta: el parlamento griego carece de todo poder dentro de la eurozona. No tiene poder más que para aplicar lo que sus prestamistas quieran. 

  

¿Y qué pasa con la Grecia centrista y de derechas? Sus estructuras de partido están ya hechas pedazos por las derrotas políticas de enero y del referéndum. Pero también en este caso la base de masas se muestra proclive a votar por una ilusión. Al salir a las calles a mediados de junio con sus pancartas cazarrojos mal traducidas, la derecha afirmó que no se movilizaba por otra cosa que no fuera “Europa”. Pero la Europa que quieren es la Europa que toleró la corrupción y el derroche, y ciertamente lo pagó.  . La Europa de los submarinos adquiridos a Alemania en condiciones que acabaron con un exministro griego de Defensa en la cárcel por aceptar sobornos. Los pueblos que tienen soberanía tienen derecho a votar por cosas ilusorias. Pero el euro se llevó la soberanía.

Seguí la cumbre desde un bar, con un puñado de jóvenes griegos, trabajadores autónomos, fotógrafos, periodistas de revistas de moda, con un inglés perfecto, y que podrían trabajar en cualquier lado, pero prefieren cargar aquí con sus cámaras réflex digitales y sus ordenadores portátiles. Saben que asientan sus reales en la historia más deslumbrante y apremiantes del mundo desarrollado. Observamos cómo proliferaba el hashtag #ThisIsACoup hasta que se nos cerraron los ojos. Entonces dijo uno: “Vámonos a la playa. Nos traeremos chicas que parezcan supermodelos y un puñado de chicos guapos y sacaremos todo el dedo diciendo: ‘Todavía somos Grecia’. Eso será viral.” Probablemente, sí, pero la Grecia de la que forman parte está hecha pedazos. La economía puede recuperarse y se recuperará. Syriza se purgará a sí misma y se reformará. La derecha encontrará líderes que no se muestren perplejos por sus propias derrotas.

El problema tiene que ver con la democracia. Si la democracia no puede expresar ilusiones y locas esperanzas, si no puede contener relatos de emoción e ideales, muere. Al revocar primero la victoria aplastante de un gobierno electo y luego una mayoría de un 61% en un plebiscito, la UE veta funcionalmente los resultados de la democracia griega. Si ahora muere el espíritu democrático en Grecia – y podría ocurrir  – más nos vale esperar que ese fenómeno tampoco se vuelva viral.

Paul Mason es editor de economía de Channel 4 News. Su libro Postcapitalismo: A guide to our Future, que será publicado por Penguin en la primavera de 2015.

 

Traducción para www.sinpermiso.info: Lucas Antón

 

Fuente:
The Guardian, 13 de julio de 2015

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