Galicia. Ideas sobre ciclo electoral y ruptura

Antón Dobao

15/07/2016

 

Unos resultados electorales que no colmen el horizonte de expectativas previo pueden excitar un instinto que nos impulse a protegernos en la propia identidad, aquel lugar para el regreso que sosiega ánimos y tranquiliza espíritus pero puede confundir y desorientar gravemente. Las piedras que se van dejando en el camino por miedo a lo que pueda venir exigen el regreso al lugar de abrigo. Esa llamada instintiva al retorno no tiene por qué durar siempre; a veces, es simplemente un momento de asombro posterior al golpe no esperado. Pero un sujeto político permanentemente pasmado sería rotundamente inútil.

En el espacio de ruptura que se organiza en Galicia alrededor de En Marea -que incorpora  a Anova, Podemos y EU más las mareas municipales-, toda reflexión sobre la pérdida de 60.000 votos debería de cimentarse sobre una radical autocrítica del conjunto y de las partes con respecto al período que va de la noche electoral del 20 de diciembre a la del 26 de junio. Autocrítica profunda y contundente, para la cual es condición indispensable que todo el mundo pueda concebir la posibilidad de haber cometido errores, solo que fuera por casualidad. Expulsar culpas hacia afuera puede llegar a ser liberador e incluso divertido, pero siempre resulta más útil acudir a aquello sobre lo que se puede actuar con el afán de corregir y revertir. El punto de partida para esa reflexión común podría ser el contraste entre la movilización intensiva de la derecha y del régimen y la desmovilización de múltiples causas en torno a En Marea. Pero yo no soy politólogo. Me conformaré con apuntar algunas ideas, tal vez demasiado inconexas e imprecisas, sobre el momento actual.

 

1. El proceso de ruptura democrática continúa abierto. La crisis orgánica no se cierra a voluntad, no desaparece el caos sistémico por el mero hecho de que lo demos por concluido. Esta especie de inestabilidad permanente es la expresión de la propia inestabilidad vital a la que el capitalismo nos somete. Toda ilusión de estabilidad es suicida si procede de las clases subalternas, pero revela la impostura de la representación política, que se construye sobre una escisión entre las condiciones de vida y las lógicas políticas. En boca del poder, la estabilidad anuncia la deriva autoritaria del control sobre las clases populares y un todavía más intenso vaciado de las propias instituciones democráticas. Preparémonos para el terremoto social y político que llegará con las nuevas imposiciones del poder financiero, de la Troika, de la maldita Unión Europea. Habrá más apariencia de estabilidad gracias a la aplicación totalitaria de sufrimiento, mucha pobreza y más miseria y exclusión. No nos queda lugar para la calma.

 

2. Hacia otoño habrá elecciones en Galicia. El ciclo electoral no está cerrado. Y todo continuará más allá de las elecciones autonómicas, incluso si el resultado es el que deseamos. Porque el curso histórico no es una acumulación de acontecimientos inconexos sino un discurrir fluido que puede ser alterado por momentos de ruptura. Y de eso se trata. De rupturas, exactamente. Quizás no divisemos la ruptura definitiva, pero tratemos de proponer rupturas constantes por muy pequeñas y parciales que sean, rupturas que socaven el edificio miserable que nos ahoga. Otoño será otra ruptura.

 

3. Tras la inicial perplejidad postelectoral del espacio de En Marea y una esperable inercia, ocurrió el manifiesto de los alcaldes de Compostela, A Coruña y Ferrol (http://compostelaaberta.org/martinho-xulio-jorge/), que rompe por dinámica de superación con prácticas y desencuentros anteriores y supone un salto cualitativo en el proceso de unidad popular. El momento político escenificado en Ferrol el pasado 5 de julio equivale a lo que supusieron las mareas municipales en relación con AGE. Los límites de la fase previa los impone la contradicción derivada de que sean ciertas concepciones conservadoras de las organizaciones –y no las multitudes organizándose- las encargadas de conducir la unidad popular. No hablo de cúpulas, esa entelequia, sino de sentidos comunes próximos al patriotismo de organización que se cultivan tanto en núcleos dirigentes como en espacios aparentemente asamblearios. El manifiesto de los alcaldes es un análisis autocrítico del espacio común, preciso y formalmente suave, pero muy severo. Ese impulso autocrítico funda un momento político que apunta al Qué Hacer, a recorrer en común el camino más practicable. Y apunta también al sujeto que sigue en construcción: las multitudes organizándose en la sociedad civil como protagonistas de la transformación y las organizaciones políticas de ruptura como motores auxiliares del proceso. Unidad y confusión de múltiples partes en lo común. Unidad y democracia radical. No por mistificación de ciudadanías o pueblos como ideas uniformes de dimensión casi trascendente, sino porque nos urge gobernarnos para cambiar nuestras condiciones materiales e inmateriales de existencia. Conquistar las fincas de los miserables para poder asaltar los palacios del cielo. Construir en común para constituir en común.

 

4. El poder existe. Esta es una simpleza y una obviedad, pero la propia dimensión de la crisis orgánica y de las respuestas populares, que también se han venido expresando en momentos electorales, quizás nos ha instalado en la falsa sensación de que el proceso era mecánico, ascendente e irreversible. Y de ahí a la desmovilización el puente está tendido. Por él circula asimismo la dificultad para comprender la existencia de un poder inmenso que se expande por cada átomo de la sociedad civil con una enorme capacidad de penetración, además de su clásico dominio de la sociedad política. Esa capacidad que el poder tiene de resistir y de imponer condiciones en cada batalla, en cada momento de conflicto, es siempre muy superior a la que en ocasiones parece mostrar. Otra obviedad. Pero eso nos ayuda a comprender, en mi opinión, que el espacio de ruptura no puede de ninguna manera perder su condición de guerrilla que se enfrenta a un potente ejército regular. Nuestra conciencia de ese desequilibrio y de las posibilidades que abre siempre la lucha en múltiples espacios y con normas propias, y no solo en aquellos que el poder designa y prepara con sus propias reglas, hará posible ir conquistando terreno. No se trata de que la guerra de movimientos dé paso a una guerra de posiciones. Probablemente, ambas se confunden y operan simultáneamente en diversos ámbitos de complejidad social, política y cultural.

 

5. En Galicia, la aparición de AGE y más tarde de las Mareas y posteriormente de En Marea clausura el período nacionalista-autonomista e inicia una fase republicana. En este contexto, la idea de una refundación del espacio nacionalista exigiría en sí misma la ruptura del espacio de unidad popular. Es otro camino, y termina por confluir en la lógica de las elites, que necesitan la apariencia de estabilidad y no hallan mejor forma de imponerla que promoviendo las condiciones de recuperación del mapa político anterior a la irrupción de la Alternativa Galega de Esquerda en las autonómicas de 2012 (PSOE y PP en alternancia, y BNG como apoyo de la opción socialdemócrata). Pero ese regreso es pura quimera. De ahí la obsesión mediática diaria contra todo lo que se mueve alrededor del espacio de ruptura, de las organizaciones que participan en él, de las mareas municipales y de En Marea. Justo a esa obsesión es necesario acudir para entender la reacción que les lleva a reescribir, cuando no a ocultar directamente o a trasladarlo a un plano secundario, el momento político que protagonizan los alcaldes rebeldes con su manifiesto. También las consecuencias de este acto. Y tal vez no sea casual que a dicho acto y al momento político que constituye se le oponga en la agenda mediática, de manera constante, una enorme preocupación por el estado de salud del nacionalismo. Ellos, tan sistemáticamente practicantes de un patriotismo español de raiz reaccionaria.

 

6. La existencia de un polo nacionalista en el espacio de ruptura implicaría la asunción de una lucha por el reconocimiento de la propia identidad de parte. Una guerra interna por la hegemonía identitaria debilitaría irremediablemente el espacio común, pero además expresaría asunción de subalternidad. Y desfiguraría sobre todo el propio espacio de ruptura, que solo podrá construirse incorporando bagajes, tradiciones e identidades, mas no para una disputa entre ellas por la hegemonía interna sino para construir lo común desde múltiples experiencias y demandas históricas y contemporáneas. El sujeto de ruptura es radical y es radicalmente autónomo, y dado que Galicia es su espacio de lucha política, económica, social y cultural, es un sujeto nacional. Pero no a la manera liberal, como dirían los clásicos, sino porque constituye nación con su propia acción política, con su movimiento. No acude a Madrid ni a Bruselas ni a ningún espacio superior a pedir consideración por causa de su debilidad estructural o de su incapacidad o de ambas, sino que actúa con plena autonomía. Eso y no otra cosa es lo que le permite y le exige alianzas estatales y europeas, porque esos espacios, que existen aunque no nos gusten y por lo tanto en ellos hemos de actuar, exigen alianzas y procesos de unidad.

 

7. El sujeto que se está intentando articular en Galicia no es nacionalista ni es un espacio de competencia entre un polo nacionalista y otro no nacionalista. Eso implicaría someter lo material a una dinámica identitaria de efectos agresivos al interior e inocuos al exterior. El sujeto es republicano, no asume la fragmentación en identidades prefiguradas y aisladas, antagonistas entre sí, que el poder necesita para ordenarlo todo y establecer los márgenes de lo posible y lo intocable. El sujeto republicano asume, no hace falta decirlo, el derecho innegociable a decidirlo absolutamente todo. Es su razón de ser, y en ella incorpora, entre otras, las demandas políticas del galleguismo y de las diversas manifestaciones políticas y culturales de la conciencia nacional de Galicia. Tampoco es, sobra insistir en ello, un espacio de antinacionalismo primario ni de nacionalismo español.

 

8. El Qué Hacer postelectoral no puede ser condicionado ni por una llamada a la refundación del nacionalismo gallego ni ninguna otra clase de sometimiento táctico o estratégico a dicho significante. La tarea, que es electoral en primer lugar pero insuficiente si se ancla solamente a eso, está diseñada con toda claridad en el manifiesto de los alcaldes de Santiago de Compostela, A Coruña y Ferrol. Primero, la continuidad del proceso de acumulación de fuerzas diversas en un común espacio. Después, el consenso de los múltiples agentes sociales y políticos acerca de las fórmulas de construcción demorada del sujeto de ruptura y del movimiento; desde los mecanismos para la elección democrática de candidaturas y la elaboración de un programa electoral y un discurso común, hasta la consolidación –y creación allá donde surjan- de los ámbitos asamblearios de participación y decisión. A partir de ahí, todo lo que ese sujeto común consiga hacer llegar, que ojalá comience por un gobierno gallego alternativo al del Partido Popular.

 

Y después de las elecciones autonómicas, tras una campaña que exprese con la contundencia de una maza y la exactitud cortante de un cuchillo afilado toda la potencia destituyente que nos impulsa y toda la necesidad constituyente que nos anima, el proceso continuará sea cual sea el resultado.

 

escritor y cineasta gallego, miembro de En Marea y de la Coordinadora Nacional de Anova
Fuente:
www.sinpermiso.info, 17 de julio de 2016
Traducción:
Miguel Salas

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