Europa y el movimiento social europeo

Gustave Massiah

07/02/2018

Versión larga de una contribución preparada para el Grupo Confederal de la Izquierda Unitaria Europea/Izquierda Verde Nórdica en agosto de 2017.

Estamos experimentando un período de gran agitación e incertidumbre. Un período de fuertes contradicciones que estructuran el campo de posibilidades y que confirma que el futuro no está predeterminado.

Tres comentarios antes de una reflexión sobre Europa

Comprender Europa no es solo un retorno a su pasado. La historia está escrita desde el presente, desde las preguntas que surgen hacia el futuro, vamos hacia el pasado para ayudar a comprenderlas. Se trata de partir de los desafíos que enfrenta el mundo y del papel que podrá desempeñar Europa.

Europa no se reduce a la Unión Europea. Se enfrenta, más allá de los aspectos institucionales, a una redefinición de la política local, nacional y global; y a pensar el lugar de las grandes regiones en la organización del mundo.

Nuestra pregunta principal se refiere a la construcción de un movimiento social europeo. Este método, que favorece el punto de vista de los movimientos sociales y a ciudadanía, es parte del enfoque del movimiento antiglobalización.

Contradicciones y desafíos

Las crisis financieras de 2008 confirman la hipótesis del agotamiento del neoliberalismo y la fragilidad del capital financiero. Las políticas para la salida de la crisis, el endeudamiento y los planes de austeridad posteriores a la crisis han exacerbado las desigualdades y la desconfianza sobre estas políticas. La toma de conciencia ecológica, confirmada por el calentamiento global, la disminución de la biodiversidad, la contaminación global, confirma los límites del capitalismo y el productivismo. Las hipótesis se basan en el agotamiento del capitalismo como un modo de producción hegemónica. Comprendiendo que lo que sigue al capitalismo no será necesariamente justo y equitativo; la historia no está escrita y no es lineal.

Desde que el neoliberalismo se impusiera a fines de la década de 1970, no han faltado acontecimiento y rupturas. Recordemos la implosión de la Unión Soviética, la nueva estrategia estadounidense después de los ataques en Nueva York en 2001, la desestabilización de Medio Oriente a partir de las guerras en Iraq, ... el mundo está totalmente en crisis.

A partir de 2011, los movimientos cuasi insurreccionales de ocupación de las plazas dan testimonio de la respuesta de los pueblos al dominio de la oligarquía. En docenas de países, millones de personas han ocupado calles y plazas públicas. A partir de 2013, la arrogancia neoliberal toma el mando y confirma las tendencias que surgieron a fines de la década de 1970. Se reafirman las políticas dominantes de austeridad y ajuste estructural. La desestabilización, las guerras, la represión violenta y la instrumentalización del terrorismo se imponen por todos lados. Las corrientes ideológicas reaccionarias y los populismos de extrema derecha se vuelven cada vez más activos. El racismo y el nacionalismo extremo alimentan las protestas contra los extranjeros y los migrantes. Toman formas específicas como el neoconservadurismo libertario en los Estados Unidos, las diferentes extremas derechas y diversas formas de nacionalsocialismo en Europa, el extremismo yihadista armado, las dictaduras y las monarquías petroleras, el hinduismo extremo, etc. Pero a medio plazo, nada está resuelto todavía.

La situación no se reduce al aumento de posiciones derechistas; está marcada por la continuidad de las contradicciones. La dimensión económica y financiera, la más visible, es una consecuencia que se refleja en las crisis abiertas, alimentarias, energéticas, climáticas, monetarias, etc. La crisis estructural articula cinco grandes contradicciones: económicas y sociales, con desigualdades sociales y discriminación; ecológicas, con la destrucción de los ecosistemas, la limitación de la biodiversidad, el cambio climático y la puesta en peligro del ecosistema planetario; geopolíticas, con guerras descentralizadas y la tendencia hacia un mundo multipolar; ideológicas, con el cuestionamiento de la democracia, los brotes xenófobos y racistas; políticas, con la corrupción creada por la fusión de lo político y lo financiero, que alimenta la desconfianza en la política y anula su autonomía.

Los pueblos europeos y la propia construcción europea se enfrentan a desafíos y contradicciones sociales, ecológicas, democráticas, ideológicas y geopolíticas.

Las transformaciones del mundo

Para caracterizar la situación, retomemos la cita premonitoria de Gramsci: «el viejo mundo está muriendo, el nuevo tarda en aparecer y en ese claroscuro surgen los monstruos».

La respuesta a los movimientos insurreccionales de 2011 abre un período de contrarrevoluciones. Nos recuerda que los períodos revolucionarios son generalmente breves y a menudo seguidos de contrarrevoluciones violentas y mucho más largas. Pero las contrarrevoluciones no anulan totalmente las revoluciones y lo nuevo continúa progresando y emerge bajo nuevas formas.

Debemos preguntarnos sobre los nuevos monstruos y las razones de su aparición. Se apoyan en los miedos en torno a dos vectores fundamentales y complementarios: la xenofobia y el odio hacia los extranjeros; los racismos en sus diferentes formas. Debemos enfatizar una ofensiva particular que toma la forma de islamofobia; después de la caída del Muro de Berlín, el «Islam» fue instituido como el principal enemigo en el «choque de civilizaciones». Esta situación es el resultado de una ofensiva llevada a cabo de forma constante durante cuarenta años por la extrema derecha para conquistar la hegemonía cultural. Se ha centrado fundamentalmente en dos ideas. Contra la igualdad en primer lugar, afirmando que las desigualdades son naturales. Y de las denominadas ideologías de seguridad tiene en cuenta solamente que la represión y la restricción de las libertades pueden garantizar la seguridad.

El endurecimiento de las contradicciones y las tensiones sociales explica la aparición de formas extremas de confrontación. El endurecimiento comienza por la lucha de clases y se extiende a todas las relaciones sociales. El deseo de acumular riquezas y poder es insaciable. Ante estos excesos, asistimos a un regreso de lo religioso. La confianza en la regulación por parte del estado se ve fuertemente socavada. La clase financiera logró subordinar a los estados. Y el proyecto del socialismo de estado se ha hundido entre nomenclaturas y nuevas oligarquías.

Pero también hay otra razón para esta situación, es la angustia relacionada con la aparición de un mundo nuevo. Hay varias transformaciones en curso, revoluciones inconclusas e inciertas. No hay ninguna razón para decir que no serán aplastadas, desviadas o recuperadas. Sin embargo, sacuden al mundo; también aportan esperanza y marcan ya el futuro y el presente. Lo son las revoluciones duraderas con efectos que abarcan generaciones. Destaquemos los derechos de las mujeres, los derechos de los pueblos, la ecología, lo digital, la población del planeta.

La revolución más impresionante es la de los derechos de las mujeres cuestiona relaciones milenarias. Gradualmente estamos midiendo los cambios que provoca. Se mide por la violencia de las reacciones de ciertos estados a cualquier idea sobre la liberación de las mujeres y la resistencia en todas las sociedades al cuestionamiento del patriarcado.

La revolución en los derechos de los pueblos está inconclusa y en conflicto con los intentos de reconfigurar las relaciones imperialistas. La segunda fase de descolonización ha comenzado. La primera fase, la de la independencia de los estados, ha encontrado sus límites. La segunda fase, la liberación de los pueblos, renueva la cuestión de las identidades y desafía la relación entre las libertades individuales y las libertades colectivas.

La revolución ecológica está en sus inicios, es una revolución filosófica. Pone en cuestión todas las concepciones de desarrollo, producción y consumo. Reimplanta la discusión sobre la relación de la especie humana con la naturaleza. Interpela sobre los límites del ecosistema planetario.

La revolución digital es una parte decisiva de una nueva revolución científica y tecnológica, combinada especialmente con la de las biotecnologías. Impacta en la cultura empezando a cambiar ámbitos tan vitales como los del lenguaje y la escritura. Por el momento, la financiarización ha logrado instrumentalizar los cambios digitales, pero las contradicciones siguen estando abiertas y profundas.

La revolución de la población del planeta se viene gestando. Examinar esta posibilidad permite evitar calificar las cuestiones de la migración y los refugiados como una crisis migratoria que podría aislarse y eventualmente ser absorbida. La escolarización de las sociedades modifica los flujos migratorios. Los movimientos sociales intentan articular las luchas por la libertad de libre circulación y la de asentamiento con las del derecho a vivir y trabajar en el propio país. Comprueban que el deseo de permanecer es inseparable del derecho a irse.

La batalla por la hegemonía cultural

La derecha y la extrema derecha encabezaron una batalla por la hegemonía cultural a fines de los años 70, contra los derechos fundamentales y especialmente contra la igualdad, contra la solidaridad, por las ideologías de seguridad, de una descalificación magnificada después de 1989 de los proyectos progresistas. Llevaron a cabo ofensivas sobre el trabajo para conseguir una precariedad generalizada; contra el estado social a través de la mercantilización y privatización y la corrupción generalizada de las clases políticas; sobre la subordinación de lo digital a la lógica de la financiarización.

La reacción fue de una gran brutalidad mediante la represión y las políticas de seguridad, así como la ola de guerras descentralizadas. Las ideologías racistas, xenófobas, anti-migrantes y anti-pobres han ocupado un lugar central. Los gobiernos reaccionarios tomaron el poder en Europa y en muchas partes del mundo. La llegada de Trump confirmó el periodo glaciar.

Este aumento de poder de la derecha y la extrema derecha no se impuso sin resistencias. Es una respuesta al vigor de los movimientos sociales y ciudadanos de la primera década del siglo XXI, los que se reunían en foros sociales, movimientos sindicales de trabajadores y campesinos, movimientos de mujeres, de pueblos indígenas, de habitantes, ecologistas, de derechos humanos, etc. Es una respuesta a movimientos insurreccionales después de 2011, a las insurrecciones en el magrheb y machrek, a los indignados, a los ocupas, a los movimientos estudiantiles, al de la Plaza Taksim en Estambul, a la primavera quebequesa, etc. Hoy, una nueva ola de resistencias a la despolitización con las black live matters , el rechazo a los oleoductos en Dakota y Canadá, y desde la elección de Trump, los millones de manifestantes y manifestantes en más de 600 ciudades en todo el mundo. La gente no se ha desarmado y la confrontación es cada vez más violenta.

Desde el punto de vista de los movimientos, surgen nuevas pistas. Entre otros: la articulación entre lo social y lo ecológico, la articulación entre bases sociales y proyectos, la radicalización de la democracia y el rechazo de toda las formas de corrupción, especialmente la corrupción política que surge de la fusión entre las clases políticas y  las clases financieras; la nueva articulación entre los niveles de autoridad local, nacional, regional y global, etc.

Una estrategia para la izquierda transformadora

La izquierda transformadora, con los movimientos sociales y la ciudadanía, debe adaptar su estrategia a la nueva situación. Todo pensamiento estratégico se construye sobre la vinculación entre la necesidad urgente y la construcción de un proyecto alternativo. La necesidad urgente es la resistencia al curso actual del neoliberalismo. Pero para resistir, es necesario un proyecto alternativo.

El proyecto alternativo comienza a surgir. Ya en 2009, en el Foro Social Mundial de Belém, mencionado anteriormente, la propuesta que surge es la de una transición ecológica, social, democrática y geopolítica. Esta propuesta combina la toma de conciencia sobre las grandes contradicciones y la intuición de las grandes revoluciones inconclusas en curso.                                   

Esta ruptura, la de la transición social, ecológica y democrática pone de relieve nuevas concepciones, nuevas formas de producción y consumo. Entre las que se incluyen: bienes comunes y nuevas formas de propiedad, control de las finanzas, buen vivir y prosperidad sin crecimiento, reinvención de la democracia, responsabilidades comunes y diferenciadas, servicios públicos, basados en los derechos y gratuitos. Se trata de basar la organización de las sociedades y del mundo sobre el acceso universal a los derechos. Esta ruptura está comprometida hoy a través de las luchas, porque la creatividad nace de las resistencias y de las prácticas concretas de emancipación que, desde el nivel local hasta el nivel global, prefiguran las alternativas.

Es necesario insistir en la idea de la transición, que a menudo se utiliza inadecuadamente como una proposición dilatoria. La propuesta de transición no se opone a la idea de revolución, ha acabado con una de las concepciones de la revolución, la de la grand soir; inscribe la revolución en un tiempo largo y discontinuo. Enfatiza que las nuevas relaciones sociales están surgiendo ya en el mundo actual, como las relaciones sociales capitalistas surgieron, de manera contradictoria e inconclusa, en el mundo feudal. Esta concepción le da un nuevo significado a las prácticas alternativas que están buscando y que permiten, aquí también de manera inconclusa, precisar y preparar un proyecto alternativo.

Una de las dificultades de este período se refiere a este vínculo entre resistencia y proyecto alternativo. La lucha de clases es, sin lugar a dudas, el elemento determinante de resistencia y transformación. Todavía es necesario redefinir la naturaleza de las clases sociales, la de sus relaciones y luchas de clases. En la concepción dominante de los movimientos sociales, la revolución social debía preceder y caracterizar a las otras revoluciones y emancipaciones. La importancia de las otras cinco revoluciones que están en curso desafía a la revolución social y el retraso de la revolución social desafía a cambio a las otras revoluciones.

En una notable contribución sobre la hegemonía cultural, Stuart Hill, insistiendo en Gramsci, en 1988, al analizar la victoria de la Sra. Thatcher, explica porqué fue capaz de responder a las expectativas de modernidad y modernización. Respondió con una modernización regresiva, la del neoliberalismo. Pero la respuesta de la izquierda no puede resumirse en «no cambies nada, porque será peor»; incluso si es muy probable que sea peor. No puede ser nunca «esto es lo que hay» porque debe ser creíble para una alianza popular. A la modernidad regresiva, hay que oponer una modernización progresiva. El debate está abierto sobre esto. En 2009, la propuesta de un Green New Deal fracasó, abriendo el camino para respuestas más radicales.

De hecho, las sociedades resisten más de lo que se piensa a la derechización de las élites y los medios. Se puede comprobar. Cuando pueden expresarse, las sociedades son más abiertas y más tolerantes que lo que nos hacen creer las corrientes de extrema derecha y los medios. Pero esta resistencia no se muestra, no se traduce en una adhesión a un proyecto progresista, lo que provoca la ausencia de un proyecto alternativo creíble. Es menos «la derecha» que triunfa que «la izquierda» que colapsa.

Por lo tanto, debemos resistir, en lo inmediato, paso a paso, y aceptar comprometernos a largo plazo. Esta resistencia pasa por la alianza más amplia posible con todos ellos y también con aquellas personas, que hay muchas, que piensan que la igualdad es mejor que las desigualdades, que las libertades individuales y colectivas deben ampliarse al máximo, que las discriminaciones conducen al desastre, que la dominación conduce a la guerra, que el planeta debe salvaguardarse. Esta batalla por los valores pasa por el cuestionamiento de la hegemonía cultural del neoliberalismo, el capitalismo y el autoritarismo. Podemos demostrar que resistir es crear. En cada una de las revoluciones inacabadas, a través de movilizaciones y prácticas alternativas, podemos luchar para evitar que se instrumentalicen y sirvan para reforzar el poder de una élite, vieja o nueva.

La importancia de las grandes regiones geoculturales y geopolíticas

Durante la crisis, la burguesía financiera permanece en el poder y la lógica dominante sigue siendo la de la financiarización. Pero la globalización está cambiando y sus contradicciones aumentan. Se está produciendo una diferenciación de situaciones según las regiones del mundo, una especie de deriva de los continentes. Cada gran región evoluciona con dinámicas propias y la evolución de los movimientos sociales debe tener en cuenta estas nuevas situaciones.

Esta evolución tiene dos consecuencias que conciernen particularmente a Europa. Modifica las formas de la política en la relación entre escalas espaciales, de lo local a lo global. Modifica el contexto geopolítico abriendo la hipótesis de una geopolítica multipolar.

La estrategia requiere redefinir la articulación de las escalas de intervención. La articulación de las escalas de la política cuenta tanto como su distribución. Esta pregunta se une a la de la redefinición de la política. Desde el punto de vista de los movimientos sociales y ciudadanos, surge una hipótesis. En el nivel local, la democracia local, las alternativas locales, los servicios públicos, los territorios. A escala nacional, las políticas públicas, el estado, una gran parte de la ciudadanía. En el nivel de las grandes regiones, lo cultural y la geopolítica. En el mundo, el derecho internacional, las migraciones, el clima y la hegemonía cultural.

Las situaciones locales y nacionales tienen prioridad sobre las escalas regional y global. Es a escala nacional donde la cuestión del estado se plantea plenamente. Los estados están bajo el dominio del capital financiero, pero los estados lo han aceptado e incluso han dado lugar a ello. Han abandonado sus responsabilidades sociales y democráticas para centrarse en la defensa de la soberanía, limitándola al mantenimiento de un orden social, represivo, ideológico. ¿Cómo conseguir el abandono del poder del capital financiero sobre los estados, cuando los mismos estados no lo aceptarán espontáneamente? ¿Será más fácil este abandono a escala de cada nación, de cada estado, que internacionalmente o en el ámbito de las grandes regiones, como lo demuestran los fracasos en Europa o América Latina?

Es una pregunta formulada por el aumento de la escala nacional y republicana como marco para el rechazo del capitalismo financiero y el neoliberalismo.

A pesar de la permanencia del poder financiero y de las multinacionales en la globalización, la situación internacional está cambiando. La transición hacia un mundo multipolar cambia los datos. El imperialismo norteamericano está en declive, pero no ha perdido su poder de hacer daño, el nuevo equilibrio geopolítico es inestable, las situaciones son menos dependientes de los equilibrios globales y menos predecibles.

Las situaciones son diferentes, como se puede ver en América Latina, Oriente Medio, Asia, África y Europa. Esta diferenciación no es suficiente para construir una multipolaridad que supere un mundo bipolar de las dos superpotencias de la Guerra Fría o el dominio mayor de los Estados Unidos. El fracaso de las potencias emergentes para construir los BRICS y el G-20 muestra que un mundo multipolar requiere la evolución geopolítica y la evolución del derecho internacional y del sistema institucional internacional.

¿Ha innovado Europa en este sentido? ¿Es un modelo para las grandes regiones geopolíticas? Inicialmente, y durante un tiempo, Europa proporcionó esperanzas en esta dirección. La referencia a la paz, la importancia otorgada al derecho internacional, el Convenio Europeo de Derechos Humanos, una política social progresiva, la libertad de circulación y de asentamiento iban en esta dirección. Pero, desde 1980, el dominio del neoliberalismo anuló los avances y abrió un período regresivo. El libre comercio basado en los dumpings social, fiscal y ambiental y la deslocalización han reemplazado la referencia a los derechos. Europa ha elegido la alianza privilegiada con los Estados Unidos y Japón en torno a una política de recolonización basada en la crisis de la deuda y los programas de ajuste estructural. Se dedica a una nivelación de derechos «a la baja», a la explosión de desigualdades y discriminación. Participó en la desestabilización y en las guerras. La Europa fortaleza ha aplicado políticas de migración escandalosas que se han combinado con ideologías xenófobas, racistas y de seguridad.

Una Europa abierta y solidaria sería necesaria. El mundo lo necesita, los europeos también. Esta Europa es posible. Pero en la transición de la Europa actual a otra Europa, no hay continuidad posible; una ruptura es necesaria. ¿Cómo evaluar la ruptura necesaria? La urgencia está en definir un nuevo proyecto y el arco de alianzas que implica.

La unidad y los desafíos de los movimientos sociales europeos

Durante varios años nos hemos enfrentado a la necesidad y las dificultades de construir un movimiento social europeo. Los Foros Sociales Europeos respondieron durante un tiempo a esta dinámica. Pero, es necesario  admitir que esta dinámica está atascada y que, más allá de las formas de organización de estos foros es consecuencia de la evolución de la situación de Europa y en Europa. Hay que construir nuevas hipótesis a partir de la confrontación de las redes europeas involucradas en el proceso de los foros sociales, la «Conferencia social conjunta» y las propuestas del AlterSummit.

En esta perspectiva, preguntémonos sobre quien se opone a la unidad de un movimiento social europeo orientado a la justicia social y la lucha contra las desigualdades, la defensa de las libertades y los derechos, el respeto por el ecosistema global y el medio ambiente, la contribución de Europa a un mundo más justo y la paz en el mundo.

Desde este punto de vista, la unidad del movimiento social europeo depende del horizonte fijado. A corto plazo, esta unidad se puede basar en la solidaridad entre las resistencias, especialmente contra las políticas de austeridad y sus dramáticas consecuencias para las capas populares y las libertades. A largo plazo, la unidad puede basarse en la propuesta de una transición social, ecológica y democrática, que se marque como objetivo la superación del capitalismo.

En muchos casos, el rechazo a la lógica dominante de la financiarización y sus consecuencias podría llevar a una alianza entre quienes apoyarían la opción de la modernización y los movimientos que son parte de la transición. Tal alianza no impediría la continuación de la confrontación sobre los objetivos y perspectivas de superación del capitalismo. Es en el medio plazo donde la unidad del movimiento social europeo es más difícil. Este horizonte es el de la definición de una estrategia, la articulación de las respuestas a las necesidades urgentes y las perspectivas de transformación social estructural.

La crisis europea es parte de la crisis global. La crisis europea es específica en el plano económico, y el diferencial de crecimiento desempeña un papel importante en su contra y sobre el plano geopolítico. La diferenciación de la globalización entre las regiones del mundo también afecta a Europa. Las situaciones difieren según las regiones europeas entre el norte de Europa, el sur de Europa, Europa del Este y Gran Bretaña. Sin olvidar a Rusia, que no sitúa su futuro en una perspectiva europea. Las burguesías europeas responden de manera diferente a la crisis y compiten. Los movimientos sociales en Europa deben tener en cuenta la estrategia de cada una de sus burguesías para definir su propia estrategia. La convergencia en el nivel del movimiento social europeo no es espontánea y es, por lo tanto, la más difícil.

En el norte de Europa, y en primer lugar en Alemania, la estrategia es mantener la posición económica en la globalización mediante el fortalecimiento de su industria. La industria no resume la situación económica, pero desempeña un papel determinante en el comercio exterior y el empleo. La industria representa más del 22% del PIB en Alemania (en comparación con el 12% en Francia y el 6% en Grecia). El proyecto de la burguesía alemana es establecer la competitividad de la industria alemana sobre la flexibilidad. Lo hace en el contexto de la cogestión ofreciendo a cambio un aumento relativo de los salarios. El movimiento sindical alemán es parte de esta cogestión.

En el sur de Europa, la estrategia de reindustrialización es más difícil. La situación en el marco de la competencia internacional se ha deteriorado y una orientación alternativa de industrialización sobre los mercados internos necesitaría de 15 a 20 años y no es fácil. Las situaciones son, por otra parte, diferentes; en Italia, la industria supone el 20% del PIB, la burguesía catalana está cerca de la estrategia del norte de Europa. El capitalismo está más centrado en los servicios; es un capitalismo rentista con relaciones complejas con el estado protector. Las políticas de austeridad recaen de forma más violenta sobre los grupos sociales desfavorecidos, especialmente aquellos que no tienen un empleo protegido. El mantenimiento en la zona euro tal como se gestiona se traduce en tasas del 50% de paro entre los jóvenes. El movimiento social se moviliza más fuertemente contra las políticas de austeridad.

Francia está en una situación intermedia. Las exportaciones crean puestos de trabajo y la industria francesa no depende de la competencia en materia de bajos salarios, la competencia low-cost. La situación deteriorada en Francia resulta de la dureza de la confrontación con la patronal que realiza inversiones insuficientes para mantener el control y rechazar toda concesión a los asalariados. A diferencia de la patronal alemana, los patrones franceses actúan sobre los enfrentamientos en el seno de las capas populares, entre trabajadores protegidos y precarios, entre los centros urbanos aburguesados, nuevos habitantes periurbanos de la clase media y suburbios convertidos en guetos.

En Europa del Este, las burguesías desarrollan una estrategia de industrialización low-cost para atraer a las multinacionales. Afectan a la orientación neoliberal de Europa y apoyan el libre comercio con sus tres dumpings: social, ambiental y fiscal.

En Gran Bretaña, la estrategia sigue siendo atlantista: se trata de adherirse a los Estados Unidos. La burguesía inglesa juega la carta del atractivo monetario y fiscal. Después de la crisis financiera, su problema es gestionar la inevitable reducción del tamaño financiero de su economía y especialmente del peso de la City. El peso de las finanzas se ha duplicado en 30 años; como en los Estados Unidos, aumentó del 3 al 7% del PIB. La burguesía británica maneja lo que llama deleveredging, la reducción del endeudamiento y los instrumentos especulativos. Después de la victoria contra el movimiento sindical que abrió la era neoliberal, continúan creando trabajos precarios y son tentados por una reindustrialización «de rebajas» a la irlandesa.

La diferenciación de situaciones pesa sobre la definición de una posición estratégica común en los movimientos sociales y ciudadanos en Europa. Estos movimientos enfrentan tres desafíos principales: precariedad, alianzas, xenofobia e identidad europea.

Un primer desafío se refiere a la alianza indispensable, y muy difícil, en las luchas comunes entre trabajadores precarios y trabajadores no precarios. Hace treinta años, los movimientos sociales se constituían por trabajadores estables. Los precarios podían pensar que en última instancia podrían integrarse en un sistema social estable. Hoy, por el contrario, la precariedad es el horizonte de los trabajadores estables. La unidad de los diversos estratos sociales no puede lograrse si no abordamos el problema de la precariedad.

Un segundo desafío se refiere a las alianzas entre los trabajadores con un empleo estable, los titulados precarizados y los graduados desempleados, las poblaciones discriminadas y racializadas en los barrios populares. La cuestión de las alianzas también concierne a los «técnicos». La gestión y renovación del capitalismo se basa en la alianza entre los técnicos y los accionistas. Un proyecto alternativo requiere una convergencia social, ideológica y cultural entre las capas populares y los técnicos.

El principal desafío es el surgimiento de ideologías racistas, xenófobas y de seguridad. Se traduce en Europa en una guerra, la guerra contra los migrantes. Estas ideologías proliferan a partir del miedo y las inseguridades sociales, ecológicas y cívicas. Están alimentados por la dimensión simbólica de la crisis europea y el «desencanto» que prolonga la transición geopolítica del mundo. Esta pregunta se une a la cuestión de la identidad europea. ¿Cómo pensar en la propia identidad cuando uno sabe que ya no estará en el centro del mundo? ¿Cómo diseñar un mundo sin un centro del mundo?

El desafío radica en la definición de un proyecto europeo alternativo que se desgaje del proyecto europeo dominante y sus callejones sin salida y que traduzca en términos políticos y culturales la unidad del movimiento social europeo.

(1941) es un economista, urbanista y analista político francés. Fue profesor de arquitectura en la École Spéciale d'Architecture de París y director del CRID (Centre de recherche et d'information sur le développement, en castellano: Centro de investigación e información sobre el desarrollo). Es uno de los fundadores de la sección francesa de Attac, de la cual fue vicepresidente hasta 2006 y en la que permanece como miembro de su consejo científico.
Traducción:
Ana Jorge

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