En el veinte aniversario del ¡Ya basta!

Adolfo Gilly

05/01/2014

Carta a los comandantes David y Tacho

Compañeros comandantes:

Recordarán tal vez ustedes, como yo ciertamente lo recuerdo,  que en la  primera Escuelita, a mediados de este año 2013, el EZLN tuvo conmigo  la atención, y yo la buena suerte, de designarlos mis votanes (guías, interlocutores, protectores). Por esta razón les dirijo esta carta pública, la  cual va también para todos cuantos quieran dedicar un momento a su  lectura.

Esta carta quiere ante todo celebrar los veinte años trascurridos desde aquel  1º de enero en que las comunidades indígenas del Sureste, organizadas en el Ejército Zapatista, irrumpieron a plena luz en la historia de México y de  América Latina, tomaron cinco ciudades y dijeron ¡Ya basta!, exclamando  sus agravios, sus razones y su programa de justicia y libertad.

Así comenzó esta aventura rebelde que lleva ya veinte años y todos los que todavía durará.

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Invocaron ustedes entonces como causa inmediata dos hechos  capitales, cuyas secuelas estamos viviendo en la tragedia mexicana de estos  días. Uno fue la modificación radical del artículo 27, pilar de la Constitución  de 1917, abriendo la puerta al desmantelamiento definitivo del ejido y a la privatización del territorio mexicano a favor del capital financiero.

Y como causa convergente, denunciaron la subordinación de la nación a la economía, las finanzas y el mercado de Estados Unidos con la implantación del Tratado de Libre Comercio (TLC) a partir del 1º de enero de 1994, fecha en la  cual la noticia de la insurrección del sur amargó los festejos de los poderosos  por ese Tratado.

Veinte años después, esos dueños del poder acaban de completar la destrucción  del artículo 27, abriendo de par en par las puertas a la privatización del  petróleo y de las riquezas naturales de la nación a la potencia militar vecina,  y entregando a su maquinaria militar nuestros recursos estratégicos. Así las  petroleras regresarán con sus guardias blancas, sus militares y policías  privados, sus territorios, sus espías, sus abogados, sus políticos a sueldo y su  arrogancia imperial.

Estados Unidos y su máquina militar acaban de ganar en México el equivalente  de una guerra de Irak, pero sin guerra y al otro lado de su frontera.

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El reparto agrario y la expropiación petrolera de los años del  presidente Lázaro Cárdenas, cuando se hizo efectivo el contenido del artículo 27  no brotaron simplemente de la voluntad presidencial. Esa voluntad se fue  reforzando y tomando cuerpo en las luchas de los campesinos, las comunidades  indígenas, los trabajadores industriales, los electricistas, los petroleros, los  maestros. Un viento de organización y de esperanza sopló sobre todo el  

territorio.

El sindicato petrolero nacional, heredero de las grandes luchas obreras de  los años 20, se organizó formalmente en agosto de 1935. Nació en la pelea por  sus derechos y su contrato colectivo. Lo rodeaba una marea de organización  apoyada desde el gobierno. En 1935 hubo cerca de seiscientas huelgas grandes y  pequeñas, casi todas resueltas a favor de las demandas obreras por las juntas de  conciliación y arbitraje. En 1936, en La Laguna, el presidente Cárdenas dio  razón a las demandas campesinas contra los latifundistas ingleses. Allí se  inició la reforma agraria que llevó al reparto de unos veinte millones de  hectáreas bajo la forma de ejidos o pequeña propiedad.

Sobre ese reparto agrario y la organización campesina se apoyó un audaz  programa educativo, la educación socialista, llevado adelante por un ejército de  maestros rurales que llegaron hasta el heroísmo al tener que enfrentar con sus  cuerpos y sus vidas las guardias blancas de los terratenientes y de los  cristeros.

Sin movilización y organización obrera el presidente Cárdenas no habría  podido imponerse en 1935 sobre el ala callista y sus aliados militares y  políticos y, entonces, abordar desde 1936 el reparto agrario. Y sin este reparto no hubiera tenido la base de apoyo y estabilidad para realizar en 1938 la  expropiación del petróleo enfrentando a la vez a dos potencias mundiales:

Gran  Bretaña y a Estados Unidos.

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La organización de un pueblo en movimiento fue la clave de las  conquistas mexicanas: educación, tierra, salarios, petróleo, bosques y una  conquista inmaterial que los poderosos odian con ese odio cerval que destila  Televisa en sus programas: la dignidad y el respeto como condición de vida y de  comunidad de mujeres y hombres en todas las edades de la vida.

El objetivo último de la guerra sucia contra el pueblo mexicano que los  gobiernos hoy llaman “guerra contra el narco” ha sido sembrar el miedo,  paralizar por el desamparo y la pobreza, destruir la capacidad de organización y de respuesta. Para ello durante décadas han destruido y saqueado Pemex; han  corrompido a sus funcionarios y su sindicato; han destruido el Instituto Mexicano del Petróleo; lo mismo han hecho con la industria eléctrica y con las  organizaciones de los maestros, los petroleros, los electricistas.

El objetivo de esa guerra ha sido dejar al pueblo sin defensa y sin capacidad  de reacción inmediata ante el golpe de mano contra el patrimonio y la soberanía  de la nación, largamente preparado, que Poder Ejecutivo y Congreso de la Unión  acaban de asestar.

Pero, como ustedes y nosotros bien sabemos, la conquista inmaterial de la  experiencia, la dignidad y el coraje, producto de la vida y de esa historia, no  han podido destruirla. Aquí está aunque a veces se esconda, se disimule o se  cubra con máscaras de palabras o de silencios. Aparece después en los movimientos de los Indignados; en las irrupciones de los #YoSoy132 en medio de  una desleída campaña electoral; en las manifestaciones de los maestros; en las  protestas contra la injusticia de una justicia que encarcela a Yakiri y no halla  a los violadores; en las calles de nuestras ciudades, en las normales rurales y  en las defensas comunitarias que protegen Cherán y tantos pueblos azotados por  la violencia del narco y del ejército.

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Estuve en la primera Escuelita, allá en San Cristóbal, a mitad de  año. Lo que escuché en las palabras y vi en la presencia física de los  expositores y las expositoras zapatistas, jóvenes todos que a la hora de la  insurrección tienen que haber sido niños, fue una tarea larga de organización  humana, de cuadros como se diría en el lenguaje de la izquierda, de  hombres y mujeres que saben explicar y organizar para fines comunes y con  palabras comunes para todos.

Eso no se logra en un día o en un año. Requiere una larga paciencia, saber  escuchar y comprender y una cierta humildad en quienes la practican. Arrogancia  y soberbia son sus enemigos mortales, esas virtudes de quienes nunca han  organizado a nadie, ni en las malas ni en las buenas, pero han hablado y escribido mucho acerca de sus propias hazañas y personas.

Entre las cosas que allá escuché, anoté algunas:

* Somos trabajadores del campo y nos abastecemos y gobernamos nosotros  mismos. Controlamos nuestro territorio y tenemos hoy 27 municipios autónomos.  Tenemos un sistema nuestro de justicia donde nada tiene que ver el dinero. Hemos  logrado gobernarnos entre nosotros y hemos hecho nuestra autonomía. Podemos  decidir los planes de trabajo. Con esa libertad podemos conquistar otros  corazones. Pueblo que no se organiza en si mismo, pueblo que no tendrá  futuro.

* Nuestros responsables no reciben salario. Tienen que hacer su trabajo  por conciencia. Tenemos nuestras autoridades propias en salud, educación y  gobierno. Hemos avanzado por prueba y error en las decisiones. Así se formaron las Juntas de Buen Gobierno. Tenemos ahora veintisiete Municipios  Autónomos. Cada municipio son varias regiones, cada región son varios pueblos.  Sistemas de educación y sistemas de salud hemos organizado en los municipios.  Tenemos nuestros dispensarios. Es algo que nos llevó mucho tiempo. Sin nuestra  presencia, ya se habrían apoderado de todos los recursos naturales y echado para  afuera a las comunidades indígenas.

* Hay diez radios comunitarias en los cinco Caracoles. Tenemos nuestros  dispensarios de salud en las cabeceras, pero también hemos habilitado saberes y  conocimientos tradicionales en todo el territorio: hueseros, parteras y  conocedores de plantas medicinales. Cuando el dispensario está lejos, a veces  una compañera tenía que caminar cinco o seis horas desde el fondo de la selva y  a veces parir en el camino en condiciones difíciles. Nos hemos dedicado a rescatar la vieja cultura y que el parto se haga en el pueblo con parteras  locales. Lo mismo para la herbolaria o para el huesero en caso de fracturas o dislocaciones o dolores.

***

Mucho más escuché, compañeros comandantes, pero ya esta carta es  muy larga. Estoy escribiendo cosas prácticas y sencillas. Ustedes ya las saben  pero otros, que todavía no, las leerán y sabrán. Quiero decir, en fin, que lo que vi y escuché es experiencia, organización, conocimiento, confianza en las propias fuerzas y otras condiciones alcanzadas  que tal vez quedarán para escrituras futuras, si el tiempo nos da vida y la vida  nos da tiempo.

Reciban un saludo fraternal y mi gratitud por la invitación a la Escuelita y  por la conversa de aquella tarde.

Adolfo Gilly es profesor emérito de la UNAM

 

Fuente:
La Jornada, 31 diciembre 2013

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