El mundo ha cambiado y la economía convencional lo niega

Aditya Chakrabortty

01/12/2013

 

Se supone que no es en las aulas de clase donde suelen desencadenarse las rebeliones, pero yo vi una la noche del jueves pasado. Fue pequeñita, cultivada y sin perder la buena educación, y creo que tardaré tiempo en olvidarla.

Nos habíamos reunido en el Downing College de Cambridge para debatir sobre la crisis económica, aunque la cotidiana desgracia de ese tema parecía estar a un millón de años de los melifluos patios y el aterciopelado entorno de este lugar.  

Igualmente incongruentes eran los oradores. Victoria Bateman, economista de Cambridge, daba la impresión de que la grasa saturada no se le fundiría en la boca, pero bien que destrozó a sus colegas. Habían sido estúpidamente altaneros antes del “crac”: ¿recuerdan la jactancia del Premio Nobel Robert Lucas en 2003 según la cual "se ha resuelto el problema central de prevención de la depresión"? – y no habían aprendido ninguna lección desde entonces. Sin embargo, seguían haciendo de adivinos de presidentes y primeros ministros. Acabó diciendo: "Si quieren colgar a alguien por la crisis, cuélguenme a mí y a mis compadres economistas".

Lo que hubo a continuación fue un airado consenso. La noche antes de que aparecieran las últimas cifras de crecimiento, nadie de los presentes en aquella sala con capacidad para un centenar de personas recurrió a la palabra "recuperación" salvo en sentido sarcástico. Por el contrario, los espectadores – gente de mediana edad, bien vestida y sin duda apreciablemente hipotecada – se fue turnando para atacar a banqueros, políticos y, sí, economistas. Ellos habían creado el desbarajuste que estaba pagando todo el mundo, pero no habían sufrido, sin embargo, castigo alguno por ello.

En una de las instituciones élite del mundo le estaban dando a las élites una somanta de palos a cargo de contables, empresarios y especialistas académicos. Sabían también de lo que hablaban. Cuando le pasaron el micrófono a un biólogo, dijo: "Me creeré que los economistas se han reformado cuando a los responsables de Black y Scholes [la teoría que ayuda a los corredores de bolsa a valorar los derivados financieros] les despojen de su Premio Nobel".

Uno de los acontecimientos centrales de la Gran Bretaña posterior al “crac” es que las élites todavía retienen el poder, pero ya no tienen credibilidad para ejercerlo. Es lo que se ve cuando Russell Brand [estrella popular de los medios británicos] habla en un programa televisivo como Newsnight sobre el corrupto mundo liliputiense de Westminster [el Parlamento británico] y sus  distintos videos en YouTube llegan a más de 3 millones de visitas. Y yo lo vi desde luego en Cambridge.

Como a todos los demás plebeyos de Gran Bretaña – dependan de un salario mínimo o de un sueldo de cinco cifras –, a la gente de ese aula universitaria se le había dicho durante décadas que confiara en políticos, planificadores y patronos para que proporcionasen empleos, viviendas y pensiones, amén de un futuro para sus hijos. Tras la mayor ruptura económica desde los años 30, no están evidentemente tan dispuestos a renovar esa confianza.  

Pero al mismo tiempo, las élites – sea en Whitehall [centro del poder político] o en la City – siguen estando al mando. Una ojeada a los economistas del cauce principal nos da una buena idea de cómo se mantiene a raya cualquier reforma.

Tal como apunta Bateman, no cabe discutir que estos hinchas de la Gran Moderación armados de doctorados deberían haber quedado sobradamente desacreditados después del “crac”. Al fin y al cabo, lo más significativo que ha surgido en la economía académica en los últimos cinco años no ha sido ningún trabajo de investigación sino el soberbio documental Inside Job, en el que el cineasta Charles Ferguson mostraba de qué modo algunas de las mejores cabezas de las universidades norteamericanas habían sido remuneradas por las Grandes Finanzas para que elaborasen investigaciones que ayudaran a las Grandes Finanzas.

Pero si observamos en torno y examinamos la mayoría de los principales cursos de la licenciatura de Económicas y de economía neoclásica – esa teoría que trata a los seres humanos como calculadoras andantes, que todo lo saben y van por ahí siempre a lo suyo, y que considera los mercados como algo que siempre vuelve a la estabilidad – sigue al mando. ¿Por qué? Dicho sea en una palabra: por rechazo. Los sumos sacerdotes de la economía se niegan a reconocer que el mundo ha cambiado.

En su nuevo libro, Never Let a Serious Crisis Go to Waste, el economista norteamericano Philip Mirowski relata cómo en la primavera de 2009 a un colega de su universidad le pidieron los alumnos que les hablara de la crisis. Daba la impresión de que el mundo se hundía ante sus ojos, y qué mejor foro para discutirlo que una clase de macroeconomía. ¿La respuesta? "A los estudiantes se les informó secamente de que no estaba en el programa y no había nada al respecto en el libro de texto asignado, y por tanto el enseñante no deseaba apartarse del plan de clase previsto. Y no se apartó".

Algo parecido es lo que sucede en la Universidad de Manchester, donde como informaba mi colega Phillip Inman la semana pasada, los alumnos de la licenciatura de Económicas entregan peticiones a sus tutores en favor de un plan de estudios que reconozca que hay otras formas de ver el mundo además de como una serie de conjuntos de problemas algebraicos. Esto me desconcertó: ¿quería decir que no se enseñaba Smith ni Marx ni Malthus? Sí, me dijo una alumna de último curso, Cahal Moran: en los estudios de desarrollo. ¿Qué pasa con Joseph Schumpeter y su teoría de la destrucción creativa? Ah, se menciona, pero es literalmente sólo una mención.

Esto no es todo culpa de los tutores: cuando hay que dar clase a 400 alumnos a la vez, es difícil encontrar tiempo y espacio para poder salirse de lo trazado. Pero el resultado es que los alumnos de Economía salen de las aulas de exámenes y acaban en organismos del Estado o en la City exactamente con el mismo instrumental que hace cinco años ocasionó un “crac” monumental.  La economía debería ser una disciplina robalotodo, que tomara cosas de la filosofía, la historia y la política. Pero hace ya mucho tiempo que se desterraron los enfoques heterodoxos de la mayoría de las facultades, afirma Tony Lawson. En la década de 1970, cuando empezó a enseñar en Cambridge, la Facultad de Economía todavía se jactaba de leyendas como Nicky Kaldor y Joan Robinson. "Había grandes debates, y los alumnos estudiaban política e historia del pensamiento económico". ¿Y ahora? "Nada. No hay debates ni política ni historia del pensamiento económico, y los cursos son casi todo matemáticas".

¿Cómo hacen las élites para seguir al mando? Si en algo nos orienta la fábula de los economistas, deshaciéndose de cualquier oposición y tapándose los oídos frente a la realidad. Las consecuencias son las que estamos pagando todos.

Aditya Chakrabortty es columnista y editorialista de economía del diario británico The Guardian.

Traducción para www.sinpermiso.info: Lucas Antón

 

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Fuente:
The Guardian, 28 de octubre de 2013

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