EE UU: La debacle del Partido Republicano y los nuevos pobres

Harold Meyerson

12/04/2017

“Todo el mundo sabe que no hay precisión ni exactitud al suprimir” dice el héroe epónimo de Las aventuras de Augie March, de Saul Bellow. “Si retienes una cosa, retienes la que está al lado”.

Bueno, todo el mundo salvo el actual Partido Republicano. .

El problema de los republicanos es que el mundo que conocían ha cambiado, pero su estrategia, no. A lo largo de décadas, los republicanos han atacado los esfuerzos de los demócratas por ampliar o simplemente defender la protección social, describiéndola como algo que beneficia a minorías presuntamente perezosas a expensas de trabajadores blancos que no eran ellos mismos todos tan prósperos.    

Por esa razón contaba historias Ronald Reagan acerca de una “reina del Bienestar social” de Chicago que vivía a lo grande del subsidio de paro. Por eso Rush Limbaugh y otros que se oponían a la Affordable Care Act [Ley de Atención Asequible, el Obamacare] mientras se gestionaba en el Congreso en 2010 la retrataban como un programa destinado a que se beneficiaran casi exclusivamente las minorías. 

Los ataques tenían su lógica: la mayoría de los votantes blancos que se había tragado la línea política del Partido tenían ingresos lo bastante elevados como —si bien, a veces, sólo lo justo — como para evitar que se convirtieran ellos mismos en beneficiarios de esos programas. Mientras ese siguiera siendo el caso, los ataques que pintaban los programas de protección social sujetos a condiciones, como Medicaid, como algo destinado a ayudar al Otro de Otra Raza, hacían mella de veras. Bien puede ser que el portavoz Paul Ryan y los partidarios de su anteproyecto para diezmar el ACA hayan supuesto que este venerable prejuicio les ayudaría a garantizar su éxito.  

Con lo que no contaban es con la movilidad hacia abajo de la clase obrera blanca. Las adversidades económicas y sociales que han experimentado en décadas recientes — la substitución de empleos de bajos salarios del sector servicios por otros más remuneradores en el sector manufacturero, el vaciamiento de las ciudades fabriles y las comunidades rurales, las tasas cada vez más bajas de creación de familias y más elevadas de muertes a mediana edad  — no han vuelto más tolerantes a los trabajadores blancos, como demostró claramente su apoyo a Donald Trump en las elecciones de noviembre. Pero tampoco les ha vuelto tan dispuestos como antaño se mostraban a denigrar o revocar la protección social sujeta a condiciones, tal como ha dejado asimismo claro su respuesta al desmantelamiento de la atención sanitaria de Trump y Ryan.

La encuesta de Quinnipiac Poll sobre el proyecto de ley de Ryan, que se publicó sólo unos días antes de finiquitar la legislación, mostró que recogía un apoyo sólo del 17 %, mientras que un 56 % se oponía a ella. La apoyaba una exigua multitud de republicanos —solo el 41 % — pero las cifras más perjudiciales eran las de los distritos electorales de los que cada vez más han llegado a depender los republicanos. Los blancos sin formación universitaria se oponían al proyecto de ley de Ryan en un 48 %, frente a un 22 % a favor, mientras que los votantes blancos de entre 50 y 64 años se oponían en un 62 %, frente a un 16 % a favor. 

Todavía más revelador es que si se les preguntaba si apoyaban o se oponían a los recortes de Medicaid, el cual, según rezaba la pregunta, “ayuda a pagar la atención sanitaria de los norteamericanos de bajos ingresos”, sólo el 22 % afirmaba apoyar esos recortes, mientras que el 74 % se oponía a ellos. Entre los republicanos, el 39 % los apoyaba, y el 54 % se oponía, mientras que entre los blancos sin estudios universitarios, el 29 % la apoyaba, mientras que un 66 % se mostraba contrario. La ampliación de Medicaid, gracias a la ACA, a los norteamericanos con ingresos por encima de su anterior umbral coincidió con la caída de muchos ingresos de los trabajadores blancos a niveles en los que pasaban a ser aptos, contribuyendo así indudablemente a una aceptación más amplia de la necesidad y legitimidad del programa.  

Aun sin la intransigencia del House Freedom Caucus [grupo de republicanos ultraconservadores en la Cámara], el proyecto de ley de Ryan se enfrentaba en ese momento con dos obstáculos abrumadores. En primer lugar, habría eliminado la cobertura de gran número de blancos de clase trabajadora cuyo apoyo no pueden arriesgarse a perder los republicanos. En segundo lugar, no solo han seguido aumentando los costes de la atención sanitaria, sino que otro tanto ha sucedido con los nuevos puestos de trabajo que no incluyen seguros de salud. Un estudio de los economistas Lawrence Katz y Alan Krueger concluyó que del aumento neto de los nueve millones de empleos creados entre 2005 y 2015, prácticamente todo ese aumento provenía de contratistas independientes, o trabajadores subcontratados, o agencias de empleo temporal o de la economía de chapuzas y trabajillos. Dicho de otro modo, en la inmensa mayoría de los casos, en empleos que no traían aparejadas prestaciones. 

Los que respaldan el anteproyecto de Ryan daban por supuesto que existía un bloque lo bastante grande de votantes que creían que su cobertura sanitaria estaba suficientemente segura como para permitirse echarse encima de los norteamericanos que necesitan del sostén público. Cuando ahora tratan de resucitar una versión de ese anteproyecto, siguen asumiendo que este es el caso. Pero se equivocan en lo que dan por supuesto. En un país que ha perdido su mayoría de clase media, la gente de color no es la única que se siente insegura. Dejar sin cobertura sanitaria a los pobres y la clase trabajadora destroza a los blancos lo mismo que a los negros, a los partidarios de Trump tanto como a los acérrimos demócratas. 

El achicamiento de la clase media, y de los empleos que conllevan protección social, vuelve casi imposible “la exactitud al suprimir” en los esfuerzos por recortar el ACA. Nuestra economía ha sobrepasado ya el punto en el que la mayoría de la gente cree que se pueden retener las prestaciones sujetas a condiciones en el caso de un grupo o raza sin retener las del que le es contiguo.

columnista del diario The Washington Post y editor general de la revista The American Prospect, está considerado por la revista The Atlantic Monthly como uno de los cincuenta columnistas mas influyentes de Norteamérica. Meyerson es además vicepresidente del Comité Político Nacional de Democratic Socialists of America y, según propia confesión, "uno de los dos socialistas que te puedes encontrar caminando por la capital de la nación" (el otro es Bernie Sanders, combativo y legendario senador por el estado de Vermont).
Fuente:
The American Prospect, 5 de abril de 2017
Traducción:
Lucas Antón

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