EE UU: El atractivo de Trump para el hombre común

Harold Meyerson

21/08/2016

Resulta difícil seguir el rastro de las barbaridades de Trump, mientras va escorándose de una a otra: insultos a familias de veteranos, destacados republicanos, bebés llorones. Trump trae a la memoria aquella broma de Mort Sahl, cómico y satírico de principios de los años 60, que se paraba invariablemente en medio de su espectáculo a preguntar: “¿Hay alguien al que no haya ofendido?”.

Con todo, antes de que el discurso de Trump a la Convención republicana se desvanezca en las nieblas del tiempo, me gustaría volver sobre un pasaje particularmente inquietante. No, no aquel en el que declaraba que “sólo” él podía arreglar nuestros problemas — un fragmento que desde entonces ha atraído una notable atención, puesto que sugiere una concepción de la tarea de Presidente que no deja mucho espacio a los demás brazos del gobierno o, de modo más amplio, a los ciudadanos norteamericanos en lo que respecta a desempeñar algún papel en la dirección del país.

Adonde quiero volver es a un fragmento  gemelo de su discurso. A este: “Estos son los hombres y mujeres olvidados de nuestro país. La gente que trabaja duro pero que ya no tiene voz. YO SOY VUESTRA VOZ” (las mayúsculas estaban en la version impresa del discurso distribuida por la campaña de Trump) .

No hay nada nuevo o censurable en referirse al hombre olvidado. Franklin Roosevelt introdujo el término en nuestro léxico político cuando se presentó candidato a la presidencia en 1932, apelando a políticas que ayudaran “al hombre olvidado en lo más abajo de la pirámide económica”. Tampoco hay nada novedoso en ensalzar a la gente que trabaja duro y no alborota mucho. Richard Nixon se proclamó a sí mismo candidato de la “mayoría silenciosa” en su búsqueda de la presidencia en 1968, una época claramente conocida por sus ruidosas protestas antibelicistas y disturbios en las grandes ciudades.

Y desde luego no hay nada erróneo en atraer a los trabajadores blancos, que se encuentras desproporcionadamente en los estados del Rust Belt [cinturón industrial del Medio Oeste], que perdieron empleos decentes en la industria, cuando sus patronos deslocalizaron sus fábricas, y que no consiguieron encontrar puestos de trabajo comparables.  Esta base electoral clave de Trump no ha tenido gran cosa en lo que se refiere a una defensa política efectiva. Por cada Sherrod Brown, el demócrata progresista que representa a Ohio en el Senado y que ha sido el más implacable oponente de los malos acuerdos comerciales y defensor de programas de puestos de trabajo inteligentes, ha habido una docena de indiferentes responsables políticos públicos que han ofrecido entre poco o nada a los trabajadores que han quedado relegados.   

Lo que no anda bien en la formulación de Trump no es la disposición sino la compensación: yo soy vuestra voz. Al igual que su declaración de que “solo” él puede curar nuestros males, la idea de que carecemos de voz y deberíamos dejar que fuera nuestro orador no deja mucho papel político a otra persona que no sea él.

Trump no es la única figura de la derecha, no obstante, en expresar tales pronunciamientos. Mientras conducía por un estado del Medio Oeste hace unos años, con la radio puesta en la emisora de [Rush] Limbaugh [estrella radiofónica  ultraconservadora] , le escuché desarrollar una valoración semejante de sí mismo y de su público. Después de explicar mal alguna noticia, Rush hizo una pausa y ofreció la siguiente observación: “Por esa razón es por lo que yo nací para hablar…y vosotros para escuchar”.

Hay en Trump, Limbaugh, Bill O’Reilly [comentarista derechista extremo de la cadena Fox News] y los de su especie una necesidad tanto de afirmar su propia autoridad como de asumir una cierta pasividad en su audiencia. Esta asunción fortalece desde luego su propia sensación de que son indispensables y refuerza su imagen (y autoimagen) como líderes de una tribu diferenciada o cabezas incontestables de una familia dócil. En qué medida puede que esa familia carezca en realidad de voz y sea dócil y pasiva es algo abierto a interrogación: a buen seguro, el Tea Party ha estado haciendo bastante ruido en los últimos seis años.

Pero una de las cosas que sospecho que atrae a cierta gente para convertirse en una “cabeza pareja” a la de Limbaugh  o un acólito de O’Reilly  es que su respectivo líder de la secta asume el papel de cabeza de familia tradicional, de esas en las que “un padre es quien más sabe y no aguanta tonterías”.  Pueden hasta reconocer que acaso el padre en cuestión no sepa siempre qué es lo mejor —hay amplias evidencias de que los seguidores de Trump entienden que es como mínimo alguien que tiene por costumbre exagerar —pero que asuma el papel de un padre duro, que juzga, es lo que realmente les atrae.

En un sondeo publicado en enero, Matthew MacWilliams, consultor y experto en ciencias políticas, descubrió que un atributo con una estrechísima correlación con el apoyo a Trump era la preferencia por la autoridad paterna, estimada de acuerdo con varias preguntas sobre los papeles familiares y la crianza de los hijos. Otras encuestas concluyeron una correlación aún más fuerte de estas preferencias con el apoyo a Ted Cruz.

Puede que sea (esto es especulación mía, no de las encuestas) que el estatus y renta en declive de la clase obrera blanca les impulse a algunos de ellos a a abrazarse aún más a aquellos líderes que encarnan el menguante ideal de la autoridad blanca, paterna, sobre todo cuando se blande contra esos “otros” (progresistas, mujeres, minorías, gays, etc.) que la han erosionado supuesta o verdaderamente. Ciertamente, la transparente arbitrariedad e impulsividad de los ataques de Trump sugiere un padre al que no intimida no sólo la “corrección política”, sino tampoco desafío alguno a su autoridad soberana, no importa lo abominable que pueda ser su respuesta.

Lo cual tiene bastante atractivo para algunos. Y bastante como para repeler a la mayoría de los demás, incluyendo, sospecho yo, a una mayoría del electorado norteamericano. Lo sabremos bien pronto.

columnista del diario The Washington Post y editor general de la revista The American Prospect, está considerado por la revista The Atlantic Monthly como uno de los cincuenta columnistas mas influyentes de Norteamérica. Meyerson es además vicepresidente del Comité Político Nacional de Democratic Socialists of America y, según propia confesión, "uno de los dos socialistas que te puedes encontrar caminando por la capital de la nación" (el otro es Bernie Sanders, combativo y legendario senador por el estado de Vermont).
Fuente:
The American Prospect, 4 de agosto de 2016
Temática: 
Traducción:
Lucas Antón

Subscripción por correo electrónico
a nuestras novedades semanales:

El responsable de tratamiento de tus datos es Asociación SinPermiso y la finalidad del tratamiento es hacerte llegar nuestras novedades. Puedes ejercer tus derechos en materia de protección de datos contactando con nosotros*. Para más información consulta nuestra política al respecto (*ver pie de página).