Ballotage en Argentina

Rubén M. Lo Vuolo

08/11/2015

Con los resultados electorales suele suceder lo mismo que con las estadísticas económicas y sociales: se pueden leer de distintas formas. La “voz del pueblo”, que en el acto eleccionario se expresa como una mera opción frente a la oferta que recibe del sistema político, no es uniforme. Mucho menos cuando la oferta no es entre productos claramente diferenciados, ni ideológicamente ni personalmente.

Esto es evidente en las recientes elecciones de Argentina, donde los principales actores políticos no se agrupan por partidos definidos ideológicamente, sino que se organizan de forma maleable y a la coyuntura electoral detrás de figuras “reconocidas”. Las agrupaciones políticas en Argentina viven fraccionándose, reagrupándose e incluso sus estrategias de alianzas electorales difieren en el ámbito nacional, provincial y municipal para un mismo proceso electoral. Más aún, es posible ver a figuras prominentes del espectáculo político cambiándose de agrupación aún en el medio del proceso electoral.

En este contexto, no es muy pertinente analizar los procesos y los resultados electorales en base a dicotomías de tipologías ideológicas, como izquierdas/derechas o progresistas/conservadores. Los votantes que simpatizan con posiciones de izquierdas o derechas, quienes apoyan políticas más progresistas o conservadoras terminan repartiendo sus votos entre las opciones electorales que les ofrece un sistema que no está organizado por este tipo de contenidos ideológicos.

Los recientes resultados electorales en Argentina como así también el escenario del ballotage tienen más que ver con dicotomías con oficialismo/oposición, continuidad/cambio o sencillamente se vota “en contra” más que “a favor”. Este comportamiento, habitual en la Argentina debido a su historia y a las formas en que se configuran las opciones electorales, se ha visto potenciado en los últimos tiempos por dos razones principales

Una, debido a que los continuos gobiernos del matrimonio Kirchner que finalizan con estas elecciones, llevan doce años administrando al país alimentados por una dinámica basada en la dicotomía “amigo-enemigo”. Esta dinámica derivó en una constante concentración de poder por parte del gobierno, lo cual lo fue moldeando también las acciones de las diferentes agrupaciones opositoras (incluyendo a las que se fueron desprendiendo del propio gobierno de los Kirchner). A lo largo de estos años, el oficialismo y las oposiciones han ido armando y desarmando alianzas que ni siquiera son las mismas que se presentaron en la actual contienda electoral.

Otra se relaciona con las particulares reglas electorales del país que también moldean las estrategias y decisiones de los actores políticos. Por ejemplo, para llegar a la competencia presidencial, los candidatos tienen que sortear elecciones primarias (PASO) en las que muchas agrupaciones se presentan sin contendiente y otras compiten para elegir un representante entre varios postulantes de una “alianza” coyuntural; en estas primarias, algunas opciones quedan fuera de la puja principal por no sumar la cantidad mínima de votos. Así, en los hechos las PASO actúan como una suerte de “encuesta oficial” previa a las elecciones generales, que construye el escenario de las elecciones generales y orienta el voto de la población.

Luego siguen las particulares reglas de la elección general. El sistema electoral argentino establece que no hay necesidad de ballotage si el candidato más votado logra 45% o más de los votos, o si logra el 40% y una diferencia de más de 10% con el segundo. Así, el sistema electoral va orientando los votos hacia dos alternativas, en torno a las cuales se van diluyendo diferencias ideológicas para privilegiar el tipo de opciones dicotómicas señaladas previamente.

De este modo, el resultado de las PASO del 9 de agosto pasado definió seis candidatos para las elecciones generales para el cargo de presidente del país. Dado que el candidato oficialista Daniel Scioli sacó 38,67% y Mauricio Macri de Cambiemos el 30,12%, la principal discusión de allí en más giró en torno a la posibilidad de que Scioli gane en primera vuelta o que Macri fuerce un ballotage en las elecciones generales. La casi totalidad de las encuestas más difundidas pronosticaban una alta probabilidad de que Scioli gane en primera vuelta.

Las elecciones generales finalmente indicaron la necesidad de un ballotage dados los siguientes resultados (provisorios). Primero, Daniel Scioli (36,86%), ex deportista nacido a la política con Carlos Menem. Scioli está identificado con el peronismo conservador de la llamada “Liga de Gobernadores” que controla territorios específicos en alianzas prácticas con el poder nacional. Scioli cultiva un perfil de no confrontación, convocando desde la “fe y la esperanza” a sus seguidores. La Presidenta Cristina Fernández de Kirchner lo eligió como su candidato luego de descartar otros contendientes con perfil más afín a su gobierno.

Segundo, Mauricio Macri (34,33%), empresario emblemático de las fortunas acumuladas en el país gracias a prebendas del Estado, vinculado al neoliberalismo defensor de la primacía del mercado y actual Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Macri también cultiva un discurso conciliador de “buena onda” y desde ese lugar encabezó el frente electoral Cambiemos tras ganar las primarias contra figuras que se presentan como representantes del “liberalismo republicano”: Ernesto Sanz (Unión Cívica Radical) y Elisa Carrió (República Libres e Iguales).

Tercero, Sergio Massa (21,34%), peronista que también proviene de grupos afines al pensamiento neoliberal ortodoxo. Fue administrador de la seguridad social y Ministro en los gobiernos del matrimonio Kirchner, actual jefe de uno de los distritos de la provincia de Buenos Aires. Le ganó la interna de la alianza llamada UNA al gobernador peronista de la provincia de Córdoba José de la Sota. Massa, hizo campaña criticando al gobierno al que perteneció y postulando políticas atentas a la crisis económica y a la creciente inseguridad pública por el aumento del delito en el país.

Cuarto, Nicolás del Caño (3,27%), que ganó la interna del Frente de Izquierda y de los Trabajadores para representar a la izquierda más combativa, vinculada a luchas sindicales y de movimientos sociales cuestionadores del sistema capitalista en su conjunto. Quinto, Margarita Stolbizer (2,53%), candidata por la Alianza Progresista que aglutinaba candidatos de agrupaciones como el Partido Socialista, Libres del Sur, grupos desprendidos de la Unión Cívica Radical y otros que se reivindican como de centro-izquierda que rechazaron sumarse a Cambiemos. Sexto, Adolfo Rodríguez Saá (1,67%), de la Alianza Compromiso Federal, histórico referente peronista de la Provincia de San Luis, emblema de los feudos familiares del interior del país y también ubicado en el espacio de la derecha. Como anécdota, es quien en una semana como presidente provisional en plena crisis de diciembre de 2001 declaró el default de la deuda pública.

En estos resultados, la gran sorpresa fue la escasa diferencia de votos entre Scioli y Macri, situación que volvió a cuestionar la eficacia y la profesionalidad de las encuestas (incluso las que difundieron resultados a “boca de urna”). De seguro ganador, Scioli pasó a ser visto como perdedor, en tanto se interpretó que la mayoría de la ciudadanía votó por el cambio de gobierno. La explicación de estos resultados no es sencilla ni lineal.

El código político de continuidad o cambio

Un primer dato llamativo para comprender el escenario electoral argentino es la figura del propio representante de la continuidad: Daniel Scioli. El mismo fue ungido por la presidenta Cristina Fernández de Kirchner en desmedro de otros por quienes mostraba públicamente mayor confianza y se identificaban más con las políticas de su gobierno. Básicamente, los candidatos más queridos por la presidenta no medían electoralmente y ese es un dato que da cuenta del rechazo de gran parte de la población al oficialismo.

No deja de ser un dato llamativo que un gobierno que cultiva una retórica encendida contra la “derecha”, haya parido un candidato conservador identificado con ese espacio ideológico. Daniel Scioli encarna así una situación política paradojal, porque si bien es el representante del gobierno, muchos grupos de las propias huestes oficiales lo han criticado y lo siguen criticando como representante genuino. Voceros conspicuos del relato oficial se cansaron de decir que no era su opción sino que lo iban a votar porque así lo ordenaba la presidenta. Se llegó a sugerir que para el oficialismo el eventual triunfo de Scioli era una mera transición para el regreso de Cristina Fernández de Kirchner al poder.

A Scioli le toca representar a un gobierno cuya publicidad no es la propia. Scioli se sintió siempre cómodo siendo un peronista conservador cultivando un perfil conciliador de quien es capaz de soportar humillaciones públicas. Para muchos, Scioli es la prueba de que el propio gobierno percibe el hartazgo con sus prácticas autoritarias y asimismo de la maleabilidad de su “proyecto” que no sería otra cosa que acumular poder y mantenerlo a cualquier costo.

De hecho, Scioli no sólo es y ha sido maltratado por el gobierno que representa, sino que además tuvo que aceptar candidaturas impuestas que no le sumaron adhesiones. Un caso emblemático, aunque no el único, es Aníbal Fernández, Ministro que integró todos los gobiernos del matrimonio Kirchner. Fernández  sacó mucho menos votos que Scioli en la elección a gobernador en la crucial Provincia de Buenos Aires (donde Scioli es el actual gobernador). La gobernación la ganó inesperadamente María Eugenia Vidal, candidata de Macri a quien pocos le otorgaban chances efectivas de derrotar a los aparatos políticos montados por el oficialismo.

En este escenario oficial, el candidato opositor Mauricio Macri se ha beneficiado de estas debilidades del candidato del gobierno y logró concentrar el voto favorable al cambio. Al ubicarse segundo en las  primarias PASO y único capaz de forzar un ballotage, Macri atrajo votos cuyo objetivo principal es el cambio aún cuando no se simpatice con la persona que lo encarna.

Entre otras cosas, Macri logró mostrar un perfil más respetuoso de la institucionalidad democrática, criticando las prácticas autoritarias y de concentración de poder del gobierno. Consciente de que su historia no lo beneficia en ese sentido, Macri logró ese perfil más institucional gracias a su alianza con figuras que la ciudadanía reconoce por su historia en defensa de la institucionalidad republicana y de denuncia de actos de corrupción política y económica.

Pero además, siendo Macri reconocido como un empresario defensor de políticas económicas ortodoxas, también se benefició de la crisis económica que atraviesa el país. El fracaso de las políticas del gobierno para resolver esta crisis con políticas muy cuestionables, ha legitimado el retorno de muchas de las figuras vinculadas a la ortodoxia que llevó al país a la crisis de 2001-02. A esto se suma la imagen de Macri como “buen administrador” de la ciudad de Buenos Aires.

Las crisis abren oportunidades a las oposiciones que aparecen como el cambio. Esta es una evidencia repetida de la que se beneficiaron en su momento los ex presidentes Carlos Menem,  Fernando de la Rúa y Néstor Kirchner. Los profundos desbalances económicos en el país y sus negativas consecuencias sociales son un tema central en estas elecciones. Por ello, la poca discusión económica de la campaña se hizo en base a la continuidad de los desajustes económicos o la necesidad de ajustar lo que está desajustado.

1.     Crisis económica: la continuidad del desajuste o el cambio con ajuste

Argentina hace cuatro años que no crece, el empleo privado prácticamente está estancado, mientras el empleo público amortigua la situación adosado a prebendas partidarias en todas las jurisdicciones. Pese a que la presión tributaria subió más de diez puntos porcentuales del PBI en una década, el déficit fiscal no para de crecer: en el primer semestre de este año los gastos públicos crecieron más de 40% y los ingresos un poco más de 26%, proyectando un déficit fiscal superior a 7% para 2015.

Este nivel de déficit fiscal es el más elevado desde la recuperación de la democracia. Pero no es sorpresa: el déficit del 2014 ya fue superior a 4%, ubicándose por encima del valor alcanzado en 2001 (último año de la Convertibilidad). Los déficits crecientes de los últimos años se han ido cubriendo con bonos de la deuda, mayores “adelantos transitorios” del Banco Central al Tesoro, préstamos del Banco Nación y de otros organismos públicos (incluyendo al sistema de seguridad social).

Las cuentas externas también se vienen deteriorando sistemáticamente y las reservas del Banco Central no dejan de caer. Los controles cambiarios distribuyen en cuentagotas las pocas divisas con las que cuenta el país y no lo hacen de forma eficiente ni distributivamente justa. Las exportaciones que eran de 84 mil millones en 2011, cerrarán el año cerca de 60 mil millones, frente a lo cual el Gobierno se fue desprendiendo de reservas para mantener consumo pero a costa de liquidar activos y aumentar los desbalances. Un costo de esta política fue el agotamiento del saldo comercial y la caída de reservas (que probablemente no superen los 3 puntos del PBI cuando asuma el nuevo presidente).

Mientras el control de divisas recorta dólares para pagar insumos importados y bienes de capital que necesita el sector productivo, se subsidia el ahorro en dólares y el turismo en el exterior de los grupos de más altos ingresos (con una brecha entre el tipo de cambio oficial y paralelo que oscila entre 60% y 70%). Esto sucede en un país con déficit energético donde el costo de las importaciones de gas comprimido y licuado es altísimo para un sector marcado por la reiteración de cortes en el suministro y déficit en el balance de divisas.

El bienestar de la población hace tiempo se viene deteriorando sistemáticamente y el gobierno lleva ocho años adulterando las cifras de los indicadores oficiales para intentar ocultarlo. El indicador oficial de pobreza por ingresos se ha dejado de publicar; las últimas estimaciones oficiales lo ubican en torno a 6%, cuando los estudios alternativos estiman que supera a 25%. La inflación se ubica cerca de 30% anual pese a controles de precios y del tipo de cambio.

La cantidad de desbalances en la economía argentina son tan evidentes que la discusión en la campaña electoral gira en torno a la forma y los tiempos de llevar a cabo las necesarias correcciones que el gobierno no quiere o no sabe hacer. El escaso debate sobre el tema discute si los necesarios cambios pueden ser graduales o se necesita un shock (aunque la historia argentina muestra que en estos escenarios de crisis los cambios graduales terminan en shock).

Todo apunta a que el próximo gobierno deberá hacer ajuste fiscal, cambiario y monetario en simultáneo y esto implica mayor recesión en el corto plazo. De hecho, al comienzo de 2014 el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner anticipó este probable escenario cuando aplicó un paquete que devaluó 22%, al tiempo que subió fuerte las tarifas de servicios públicos y las tasas de interés. El resultado fue que el PBI descendió cerca de 2%.

Frente a estos previsibles resultados, de allí en más el gobierno resolvió profundizar los desajustes económicos para no perder chances electorales. Así pisó tarifas, aumentó deuda, bajó reservas, salió a buscar dólares a cualquier costo, profundizó las restricciones a las importaciones, etc. El creciente ahogo financiero derivado de estas políticas ha revitalizado la renta financiera. Como ejemplo, basta señalar que en las últimas semanas electorales el Banco Central elevó la tasa de interés de sus Letras a 30%, llenando los bolsillos de los grandes bancos y empresas que cuentan con elevado stock de moneda nacional por la emisión desenfrenada para cubrir el déficit y sostener la demanda. Otro ejemplo son los seguros de cambio que el Banco Central le está garantizando al denostado “mercado”. En breve, el sistema consiste en garantizar un precio futuro del dólar “oficial”, comprometiéndose a que en caso de una devaluación (que todos descuentan) el Banco Central pagará la diferencia en pesos.

En la práctica pese al discurso oficial contra los especuladores financieros, el país está cada vez más a merced de los actores del mundo financiero. La imperiosa necesidad de divisas obligará a hacer concesiones a impensadas varios años atrás. De hecho, el propio gobierno anticipó lo que puede venir cuando el año pasado firmó un acuerdo oneroso con el Club de París sin por ello lograr mejor acceso a fuentes de financiamiento externo.

Argentina llega al 2016 no sólo con un régimen de crecimiento económico agotado hace años sino también en una situación de debilidad con un contexto externo mucho más adverso. No hay un número económico y social a la salida del gobierno de Cristina Fernández de Kirchner que muestre mejoras con respecto a la salida del gobierno de su antecesor Néstor Kirchner. En ciertos aspectos, se ha retrocedido incluso a registros de indicadores económicos y sociales de años más lejanos.

El gobierno ha profundizado los desajustes macroeconómicos para dar la sensación de que controla y administra la crisis. Sus seguidos ven en estas políticas una decisión heroica por evitar un ajuste más recesivo y con impactos negativos en los sectores más vulnerables. Por el contrario, otra parte importante de la población presiente que sólo se ocupa de tapar de forma irracional una olla a presión que transfiere los costos del ajuste a su sucesor.

2.     El ballotage

En este escenario se ha de desarrollar el ballotage, de resultado incierto. Conforme al razonamiento anterior, Macri arranca con mayores chances por representar el cambio, porque ha logrado legitimar su perfil de neoliberal ortodoxo y por los desajustes que repercuten en malestar económico y social. Frente a este escenario, Daniel Scioli ha resuelto dejar su perfil de conciliador y predicador esperanzado, para hacer campaña atemorizando a la población con los males que sobrevendrán si Macri gana.

Ante los desajustes de la economía, Macri presenta un equipo económico afín con la ortodoxia neoliberal, al tiempo que promete preservar políticas masivas de asistencialismo condicionado que viene aplicando este gobierno. Scioli trata de diferenciarse señalando que en su caso el ajuste será más gradual y que no sólo va a preservar políticas sociales sino en algunos casos pretende ampliarlas. Ni en un caso ni en el otro se dice cuáles son las políticas que se está pensando aplicar específicamente.

Más allá de las formas que adopte el ajuste, el “modelo” económico que puede esperarse en ambos casos no parece muy diferente en lo sustantivo. Por ejemplo, ambos se pronunciaron a favor de continuar con la expansión de la economía extractiva basada en la apropiación de recursos naturales que lleva a cabo el actual gobierno, También se refieren al “desarrollo” como resultado de mega obras de infraestructura y con ello anticipan la continuidad de la burguesía contratista con el Estado (muy vinculada a las denuncias de corrupción). Ambos sugieren que es necesario volver a negociar con los organismos internacionales de crédito (y con los holdout) para intentar conseguir financiamiento externo. Prometen levantar el “cepo” cambiario y corregir el tipo de cambio sobrevaluado, aunque no está claro las formas en que han a hacerlo dada la situación acuciante del sector externo.

El escenario del ballotage argentino se parece bastante al vivido hace poco en Brasil con su ballotage. La oposición de “derecha” era acusada de pretender hacer un ajuste que iba a terminar con los logros del gobierno del PT. Ganó Dilma Rousseff e inmediatamente se embarcó en políticas de ajuste macroeconómico, muchas de las cuales todavía se están discutiendo en el Legislativo. A poco de ganar, la legitimidad de Rouseff cayó abruptamente junto con la ola de apremios judiciales por causas vinculadas a corrupción de funcionarios del partido en el gobierno.

En el caso argentino lo llamativo es que tanto el heredero elegido por gobierno como su opositor se identifican con la zona derecha del espectro ideológico. Frente a esta evidencia, se escuchan argumentos de los más diversos, variados y hasta risueños para promover la votación a uno u otro, mientras algunas agrupaciones de izquierda y centro izquierda llaman a votar en blanco.

Así, el ballotage no se definirá por cortes ideológicos como algunos pretenden. Más bien serán las dicotomías continuidad/cambio y oficialismo/oposición las que polarizarán el voto. Quedará por ver cómo se hará luego para construir legitimidad en un nuevo gobierno que nacerá con márgenes de maniobra muy estrechos política, social y económicamente.

miembro del Consejo Editorial de Sin Permiso, investigador del Centro Interdisciplinario para el Estudio de Políticas Públicas (Ciepp, Argentina) y miembro fundador de la Red Argentina de Ingreso Ciudadano (Redaic).
Fuente:
www.sinpermiso.info, 8 de noviembre 2015

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