Alemania 1941-1945: bombardear científicamente

Jaume Raventós

24/07/2011


 

Entre los próximos 25 de julio y 3 de agosto  se cumplirán los 68  años de la operación Gomorra, el devastador bombardeo de la ciudad de Hamburgo por parte de la aviación inglesa, la RAF, y la norteamericana, la USAF. Cualquier día de ese intervalo es tristemente útil para recordar lo que ocurrió. La ciudad fue arrasada con bombas incendiarias, creando un autentico Apocalipsis de fuego y destrucción en el que se alcanzaron temperaturas superiores a los 1000 grados centígrados, carbonizando barrios enteros. Murieron entre 35.000 y 50.000 civiles, otros 40.000 resultaron heridos y más de un millón de sus habitantes huyó de la ciudad. Hasta el momento fue el ataque más devastador en la historia de la RAF.

No sólo sufrió Hamburgo los bombardeos de los aliados. Desde 1941 y hasta el final de la guerra Alemania fue bombardeada prácticamente en su totalidad y de forma ininterrumpida. Es más, los bombardeos de intensificaron desde 1943 y especialmente en 1944, cuando la guerra se decantaba inexorablemente a favor de los aliados. Empezó la RAF y le acompañó la USAF a partir de 1942.

El balance final para la población alemana: cerca de 600.000 muertos, casi todos mujeres, niños y ancianos pues los hombres estaban en el frente. Cerca de un 15% de esa cifra eran niños menores de 14 años. Más de siete millones de alemanes se quedaron sin techo.  Tal fue el fruto de dejar caer sobre Alemania  más de 2.000.000 de toneladas de bombas.

La pretensión aliada- principalmente británica- era arrasar literalmente Alemania. En un principio sólo se querían bombardear las zonas industriales y de importancia estratégica, pero pronto se abandonó tal pretensión y se empezó a bombardear de forma masiva o, como se llamó entonces, de forma “científica”. El uso de tal calificativo se le debe otorgar a un siniestro físico, Frederick Lindemann, jefe del comité científico asesor de Churchill. La “ciencia” del bombardeo se resumía así en el informe que presentó a Churchill: bombardear masivamente las ciudades alemanas en una campaña que empezaría en 1942 y cuyo objetivo serían los centros industriales alemanes, así como la destrucción de tantas casas como fuera posible. Para ello se lanzarían primero bombas explosivas que abrirían boquetes, para continuar con las bombas incendiarias con base de fósforo, para que pudieran prender las estructuras de madera de las casas y propagar los incendios. Lindemann calculaba en su informe que lanzando unas 20.000 bombas incendiarias podía dejar sin vivienda a unos 20 millones de alemanes, y matar a casi un millón de personas y dejar a otras tantas gravemente heridas.

El ejecutor de dicho plan fue un tenebroso militar británico, Arthur Harris, que ya había destacado bombardeando a poblaciones civiles en Irak, India, Siria, Irán, etc., que luchaban contra el imperialismo británico. En la prensa era conocido como “bombardero Harris” y entre sus tropas como “Carnicero Harris”, este último apodo por el escaso valor que daba a la vida de los soldados a sus órdenes. Cómo no, fue un defensor entusiasta de los planes de Lindemann. Creía firmemente en los bombardeos masivos, llamados “de área”. Afirmaba que con una flota de 30.000 bombarderos a su disposición podía arrasar Alemania y acabar la guerra en pocas semanas.

Tanto el cerebro como el ejecutor tuvieron vía libre para llevar a cabo tan horroroso plan, antes incluso que fuera  consagrado en la conferencia de Casablanca en 1943, donde, entre otras cuestiones, Churchill y Roosevelt dieron el beneplácito a los ataques masivos aéreos sobre Alemania y, especialmente, Berlín.

La matanza estaba servida. Tal fue la destrucción que cayó sobre Alemania que hasta un obispo de la iglesia anglicana lo denunció  ante la Cámara de los Lores y en la prensa como contrario a la moral, a los valores democráticos que impulsaban a su país y al derecho internacional. El piloto de la RAF, héroe de la batalla de Inglaterra e historiador H. R. Allen,  afirmó sobre los bombardeos: “la fase final de las operaciones del mando de bombarderos rebasó con creces los peores pronósticos. La caballerosidad tradicional británica y el uso de la mínima fuerza de guerra se transformaron en una burla, y las atrocidades perpetradas por los bombarderos se recordarán durante mil años”. Y hasta Churchill, después de haber permitido lo indecible, reflexionaba así  en una carta dirigida a Charles Portal, jefe del estado mayor del Aire británico, fechada el 28 de marzo de 1945: “A la vista del aumento del terror -ya que de esto se trata aunque puedan aducirse otros motivos- me parece llegado el momento de volver a reflexionar sobre el problema del bombardeo de las ciudades alemanas.”

Ignominias como esta deben ser recordadas. Desde la tristemente famosa Dresde hasta el igual de triste aunque no tan conocido bombardeo del puerto de Swinemunde, donde el 12 de marzo de 1945 -¡recordemos que la guerra acabó en Europa en mayo del 45!- la USAF aniquiló a 23.000 refugiados civiles alemanes; la inofensiva y bonita hasta entonces ciudad bávara de Wurzburgo, el 16 de marzo: 5.000 muertos civiles y el 89% de la ciudad arrasada; y Lübeck y Colonia y Mannheim y otras. In memoriam.

Jaume Raventós es sindicalista


 

Fuente:
www.sinpermiso.info, 24 de julio de 2011
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