Despina Biri
04/03/2016El artista chino Ai Weiwei imitando el cuerpo sin vida del niño sirio Alan Kurdi en la isla griega de Lesbos. (Fotografia de Rohit Chawla para India Today)
Cuando era estudiante de filosofía, a menudo estudiamos en todas sus variantes el experimento ético del niño que se ahoga. Ideado por el filósofo utilitarista Peter Singer, la principal conclusión es que "si se puede salvar una vida sin sacrificar nada de importancia moral, es un deber hacerlo". Las implicaciones de aplicar este principio son importantes. ¿Qué pasa si el niño está muy lejos de ti? ¿Qué pasa si hay muchos niños, y no hay manera de evaluar cuál está en una situación más urgente? La lista de preguntas es larga. El argumento de Singer no está exento de problemas, pero el paralelismo entre el experimento y lo que está sucediendo ahora en Europa es obvio.
Desgraciadamente, esa imagen de niños ahogados es actualmente un hecho cotidiano en Europa. ¿Cómo debemos responder? ¿Cómo estamos respondiendo, aquí y ahora? Las respuestas que damos a estas preguntas tienen implicaciones que son a la vez prácticas y éticas.
Una dimensión importante de la respuesta, o del intento de respuesta, que estamos dando en conjunto al actual aumento de la llegada de refugiados a Europa está, curiosamente, relacionada con la estética, no directamente con la ética. ¿Qué es lo que la fotografía, las performances y las artes visuales tienen que decir acerca de la forma en que vemos a los refugiados?
Una fotografía reciente que representa al artista chino Ai Weiwei posando como si fuera Aylan Kurdi, es interesante a este respecto. La razón de esto es que, en el intento de "dar a conocer la situación de los refugiados", Ai Weiwei termina estetizando. Es decir, utiliza lo que ahora se ha convertido en un símbolo de las muertes de refugiados en el Mediterráneo de una forma que, de alguna manera, trae a la mente una fotografía de la industria de la moda (pruebe a buscar en Google "moda refugiado"). Al hacerse pasar por Aylan, Ai Weiwei despoja a la imagen original de su impacto visual, convirtiéndola en un mero sustituto de una representación (es decir, de otro sustitución). Un significante cultural, que ha llegado a simbolizar a todos los refugiados que han llegado a Europa en 2015 y después, pero que no puede posiblemente servir para otra cosa que ser una aproximación a la realidad (es decir, a la muerte por ahogamiento). La imagen original queda de este modo despojada de sus connotaciones, lo que significa el resultado de una violencia inenarrable, en vez de convertirse en sólo otra manera de representar visualmente "lo que es ser un refugiado". La razón por la que no acaba de alcanzar su propósito es simple; las reacciones a la imagen original eran una mezcla de conmoción y dolor, hasta el punto de provocar impotencia, como hemos argumentado antes, de forma similar a las reacciones provocadas por un desastre natural.
Para aclarar: La distinción relevante que cabe establecer aquí sería entre la imagen de Ai Weiwei (y representaciones o descripciones similares de la vida de los refugiados), y el conjunto de la obra de Michael Haneke. Un examen detallado de la obra de Haneke revela una preocupación, incluso obsesión, con la forma en que se representa (o no) la violencia, y se utiliza como un elemento de una trama en el cine. En numerosas entrevistas, Haneke ha argumentado que, a menudo, no mostrar actos de violencia tiene un mayor impacto sobre el espectador que mostrarlos morbosamente con todo detalle. La razón moral para esta elección estética es sencilla: no debemos acostumbrarnos a presencian actos de violencia, o sus resultados, despojados de su contexto y sin espacio para reflexionar sobre las decisiones que debemos tomar en consecuencia en respuesta a esa violencia. Sin embargo, la fotografía de Ai Weiwei hace precisamente eso: utiliza la pose como un dispositivo para aumentar ostensiblemente la conciencia, pero al hacerlo, normaliza lo que es el resultado de la guerra y la lucha de millones de personas para escapar de ella.
Sin embargo, todavía hay algo que no vemos: cómo las personas se convirtieron en refugiados. Rara vez vemos los bombardeos, las campañas de terror, las tropas desplegadas para luchar contra Daesh. En este sentido, lo que está haciendo Ai Weiwei es sensacionalizar el producto de esa violencia. Sin embargo, la violencia y su resultado no son fáciles de distinguir en el contexto de huida de la guerra. En primer lugar porque, se podría argumentar, la misma huida se puede considerar una forma de violencia, y en segundo lugar porque, especialmente con la postura cada vez más dura de la UE con los refugiados, que huyen de la violencia en Oriente Medio, África o el subcontinente para encontrarse con otro tipo de violencia en suelo europeo, de las cuales ahogarse es sólo la forma más obvia.
Es evidente que Ai Weiwei no es el único culpable; la fotografía de Aylan muerto ya era una de las imágenes más vistas en 2015, mucho antes de la pose de Ai Weiwei como Aylan. Esto en sí mismo es muy revelador de la forma como reaccionamos colectivamente a lo que yo, tenga el valor que tenga, me niego a llamar una crisis - es decir, la llegada de personas víctimas de guerra a Europa. La fotografía de Aylan muerto es, además, el equivalente moderno de los niños hambrientos de Somalia en los años 80; esas imágenes, como la foto de Aylan ahora, se utilizan y se comparten en un intento de movilizar y sensibilizar, pero, debido a su uso excesivo, el público se vuelve insensible. "Alimentar al mundo" es simplemente otro villancico de Navidad; Aylan, el único nombre que sobrevive de cientos de miles de víctimas.
Volviendo a la filosofía, Singer sostiene que, si somos capaces de salvar a un niño que se ahoga, por ejemplo, enviando 700 dólares a su país, en lugar de comprar el último iPhone, entonces debemos hacerlo. Sin duda, la experiencia de los voluntarios en las islas griegas muestra que mucha gente está muy de acuerdo con Singer. Sin embargo, al mismo tiempo, se corre el riesgo de, inadvertidamente o no, estetizar; pensando que podemos salvar a los niños que se ahogan al hacerles fotos, o a nosotros mismos, utilizando el último modelo de iPhone de 700 dólares.